VERSOTERAPIA

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2007

LITERATURA Y MEDICINA

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LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA : LITERATURA Y MEDICINA

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martes, 20 de octubre de 2020

LA HOJARASCA

 


LA HOJARASCA (1955)

 

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La hojarasca es el debut de Gabriel García Márquez como novelista . En esta obra por primera vez se menciona a Macondo y también al coronel Aureliano Buendía, en un claro proyecto literario de largo aliento en que trata de emular a su más admirado escritor, William Faulkner, y su condado ficticio Yoknapatawpha.

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Toda la trama gira en torno a un médico misterioso quien una vez se negó a atender a unos heridos. Esto le valió el repudio y la amenaza de los pobladores de no darle sepultura cuando le llegara la hora. Y la hora le llegó al médico por su propia mano: se suicidó.

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“Macondo fue un pueblo atropellado por un grupo de bárbaros armados; un pueblo empavorecido que enterraba a sus muertos en la fosa común, alguien debió de recordar que en esta esquina había un médico. Entonces fue cuando pusieron las parihuelas contra la puerta, y le gritaron (porque no abrió; habló desde adentro); le gritaron: “Doctor, atienda a estos heridos que ya los otros médicos no dan abasto”, y él respondió: “Llévenlos a otra parte, yo no sé nada de esto”; y le dijeron: “Usted es el único médico que nos queda. Tiene que hacer una obra de caridad”; y él respondió (y tampoco abrió la puerta), imaginado por la turbamulta en la mitad de la sala, la lámpara en alto, iluminados los duros ojos amarillos: “Se me olvidó todo lo que sabía de eso. Llévenlos a otra parte”, y siguió (porque la puerta no se abrió jamás) con la puerta cerrada, mientras hombres y mujeres de Macondo agonizaban frente a ella. La multitud habría sido capaz de todo esa noche. Se disponían a incendiar la casa y reducir a cenizas a su único habitante…Mientras el rencor crecía, se ramificaba, se convertía en una virulencia colectiva, que no daría tregua a Macondo.” Los vecinos juraron dejar su cadáver insepulto.

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El viejo coronel , su hija y el nieto piensan en torno al féretro. Cada uno tiene su monólogo interior joyceano. Ven la realidad desde sus perspectivas peculiares. Gabriel García Márquez afirma en “Vivir para contarla” (2002) que como reportero había constatado las contradicciones en las versiones de los distintos testigos presenciales de un suceso. Eso acontece ahora en el cuarto fúnebre. Todos tienen sus propios recuerdos y reflexiones. El médico español José Letamendi dijo: “Quien no filosofa ante un cadáver no tiene entendimiento”. Charles Bukowski lo expresó de otra manera, pero con igual contundencia: “Los funerales hacen ver mejor las cosas”. (Cartero, 1971)

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La hojarasca es la debacle y el odio en Macondo bajo la acción deletérea de la compañía bananera: “Hace diez años, cuando sobrevino la ruina, el esfuerzo colectivo de quienes aspiraban a recuperarse habría sido suficiente para la reconstrucción. Habría bastado con salir a los campos estragados por la compañía bananera; limpiarlos de maleza y comenzar otra vez por el principio. Pero a la hojarasca la habían enseñado a ser impaciente; a no creer en el pasado ni en el futuro. Le habían enseñado a creer en el momento actual y a saciar en él la voracidad de sus apetitos. Poco tiempo se necesitó para que nos diéramos cuenta de que la hojarasca se había ido y de que sin ella era imposible la reconstrucción. Todo lo había traído la hojarasca y todo se lo llevó la hojarasca.”

 

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El coronel quiere enterrar el cadáver de su amigo médico; Isabel, la hija teme la acción de los vecinos opuestos al entierro; y el nieto piensa en la muerte. Los tres son el tiempo en sendas dimensiones, y también la triada nitzschetiana de las transformaciones espirituales  (Así habló Zaratustra, 1883): -coronel (camello) es la costumbre, la hija (el león) es la inconformidad con una vida que siente como ajena porque el padre la ha obligado a asistir al velorio contra su voluntad, el espíritu que busca la libertad; mientras que el nieto (niño) es la esperanza , la renovación, la creatividad.

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El tema sobre negación de la sepultura a un personaje polémico es una reminiscencia de la tragedia de Sófocles llamada Antígona (441 a. C) donde el rey Creonte prohíbe sepultar a Polinices.

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Algunas frases:

-Créame que no soy ateo...Lo que sucede es que me desconcierta tanto pensar que Dios existe, como pensar que no existe. Entonces prefiero no pensar en eso.

-Con los jazmines sucede lo mismo que con las personas, que salen a vagar de noche después de muertas.

- Nada en este mundo debe ser más tremendo que los escombros de un hombre.

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Los entresijos de La hojarasca:

En Vivir para contarla Gabriel García Márquez narra todas las dificultades y vicisitudes relacionadas con su primera novela. Cuando la estaba terminando hacía planes para su publicación en diferentes editoriales. La escritura de la obra lo trastornaba: la revisaba y la reescribía constantemente; incluso pensó en no publicarla. “En el futuro, aquello sería una manía. Una vez que me sentía satisfecho con un libro terminado, me quedaba la impresión desoladora de que no sería capaz de escribir otro mejor”. Envió el original de La hojarasca a la Editorial Losada de Buenos Aires, pero fue rechazada con la acotación de que “hay que reconocerle al autor sus excelentes dotes de observador y de poeta”.  Gabo decidió  “aprovechar lo que me fuera útil del veredicto, corregir todo lo corregible según mi criterio y seguir adelante”

Los amigos consolaron a Gabo con el argumento de que esa editorial había rechazado también Residencia en la tierra de Pablo Neruda. Su amigo Alfonso Fuenmayor le dijo:

.—Así que no joda más. Su novela es tan buena como ya nos pareció, y lo único que usted tiene que hacer desde ya es seguir escribiendo.

“Entonces emprendí una nueva corrección sobre las conclusiones de mis amigos. Eliminé un largo episodio de la protagonista que contemplaba desde el corredor de las begonias un aguacero de tres días, que más tarde convertí en el “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. Eliminé un diálogo superfluo del abuelo con el coronel Aureliano Buendía poco antes de la matanza de las bananeras, y unas treinta cuartillas que entorpecían de forma y de fondo la estructura unitaria de la novela. Casi veinte años después, cuando los creía olvidados, partes de esos fragmentos me ayudaron a sustentar nostalgias a lo largo y lo ancho de Cien años de soledad”.

 

 

 

 

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