SOBRE
LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA DE HERÓDOTO
(Versión breve)
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
1
Se
considera que Heródoto de Halicarnaso (484 - 425 a. C) es el padre de la Historiografía
con su libro “Los nueve libros de la Historia” (430 a. C), donde narra las
guerras entre los griegos y los persas (Guerras Médicas) y la vida de los
antiguos egipcios. Habla de Ciro II el Grande, Darío I y Cambises II. Heródoto
explica que su tarea consiste en escribir para contrarrestar la acción del
olvido con respecto a muchos hechos sobre los cuales tuvo conocimiento, y de
esta manera inaugura una nueva ciencia: la Historia.
2
La
Historia de Heródoto es también un libro de viajes con descripciones de
ciudades, pobladores, costumbres y tradiciones. Heródoto observa, indaga y
obtiene información de la gente, cita textos de autores que le precedieron,
hace análisis y comparaciones.
3
Los
sueños y la realidad se confunden. Hay intérpretes de los cuadros oníricos,
oráculos y pitias. Los dioses se manifiestan para cambiar el rumbo del accionar
humano. Los encantamientos y la hechicería son parte de la cotidianidad y se
hace efectiva para cambiar causas y destinos. Heródoto no siempre acepta las
explicaciones mitológicas de los acontecimientos y se conforma con citarlos,
acotando que ciertos hechos prodigiosos son simples leyendas: hombres con un
solo ojo en la frente o en el pecho. Otros que nacen calvos y así serán toda la
vida. Otros más, no hablan, sino que chillan como murciélagos. Los lotófagos de
la Odisea viven en Libia. En el reino animal hay unicornios, burros con cuernos
y ratones con dos patas. Ríos que se forman repentinamente para auxiliar a los sedientos,
y otros que desaparecen cuando miles de soldados beben de sus lechos y sus
caballos abrevan. Heródoto es uno de los primeros creadores del realismo mágico
y de la historia fabulada.
4
La
lectura de los interminables libros de Heródoto se me hizo muy amena porque
imaginé que mi abuela Matilde me contaba cuentos. Es tan fantástico como leer el
Antiguo y el Nuevo Testamentos. Al fin y al cabo, en la Unión Soviética los
textos sagrados del judaísmo y el cristianismo eran publicados con el
modestísimo y atractivo nombre de Cuentos de la Biblia. A los jerarcas
soviéticos se les puede imprecar de ser ateos, pero es innegable su tino a la
hora de precisar un género literario.
5
Cada
libro está dedicado a una musa, a unos acontecimientos realmente históricos y a
otros emanados de la ficción. Eso está en Wikipedia y otros muchos portales. Yo
me referiré a lo que me llamó la atención como médico o como simple lector
curioso.
Libro
I:
Caudalismo:
Heródoto
habla de Candaules y Giges. El primero dio nombre al candalismo: excitación
de ver a la pareja exponerse sexualmente, desnudarse o realizar actos sexuales
con otra persona; mientras que el segundo es usado por Platón en su República
para ilustrar los poderes de un anillo que hacía invisible a su poseedor.
Los
enfermos consultan a los que padecieron el mal para copiar el tratamiento.
En
Babilonia y otros pueblos hay una ley relacionada con la medicina que a
Heródoto le parece discreta: Cuando uno
está enfermo, le sacan a la plaza, donde consulta sobre su enfermedad con todos
los concurrentes, porque entre ellos no hay médicos. Si alguno de los presentes
padeció la misma dolencia o sabe que otro la haya padecido, manifiesta al
enfermo los remedios que se emplearon en la curación, y le exhorta a ponerlos
en práctica. No se permite a nadie que pase de largo sin preguntar al enfermo
el mal que lo aflige.
Ciro
el Grande bebe sangre después de muerto.
Ciro
el Grande quiere la sangre de los masagetas, dirigidos por la reina Tomiris. Van
a la guerra y Ciro es muerto en combate. Tomiris corta su cabeza y la sumerge
en una tinaja con sangre para satisfacer los deseos del persa.
Libro
II:
En
una parrillada en Egipto mostraban un ataúd para recordar lo que nos espera.
En
los convites que se dan entre la gente rica y regalada se guarda la costumbre
de que acabada la comida pase uno alrededor de los convidados, presentándoles
en un pequeño ataúd una estatua de madera de un codo o de dos a lo más, tan
perfecta, que en el aire y color remeda al vivo un cadáver, y diciendo de paso
a cada uno de ellos al presentársela y enseñarla: “¿No le ves? mírale bien:
come y bebe y huelga ahora, que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves.”
Comentario: una vez asistí a un banquete donde las carnes eran asadas sobre una
parrillera en forma de féretro.
Libro
III
Hormigas
del tamaño de un perro extraen oro en vez de arena.
Otra
nación de indios se halla fronteriza a la ciudad de Caspatiro y a la provincia
Pactica, y situada hacia el Bóreas al Norte. Estos pueblos roban el oro a unas
hormigas de tamaño poco menor que el de un perro y
mayor que el de una zorra, de las cuales cazadas y cogidas allí se ven algunas
en el palacio del rey de Persia. Al hacer estos animales su hormiguero o morada
subterránea, van sacando la arena a la superficie de la tierra, como lo hacen
en Grecia nuestras hormigas, a las que se parecen del todo en la figura. La
arena que sacan es oro puro molido, y por ella van al desierto los indios
señalados.
Libro
IV.
Dolor
de madre.
Cuando
Heródoto habla del mal de madre se refiere al dolor del útero y de los ovarios.
Beber
la sangre del enemigo. Cráneos y piel humana para fabrican utensilios.
Acerca de sus usos y conducta en la guerra, el
escita bebe luego la sangre al primer enemigo que derriba, toma su cráneo y lo
prepara como vaso para beber. Además, corta su piel, “ya que el cuero humano,
recio y reluciente, sin duda adobado saldría más blanco y lustroso que ninguna
de las otras pieles”.
Libro
V
Llorar
al recién nacido y alegrarse cuando alguien muere.
Llevo
dicho de antemano qué modo de vivir siguen los Getas atanizontes (o defensores
de la inmortalidad). Los Trausos, si bien imitan en todo las costumbres de los
demás tracios, practican no obstante sus usos particulares en el nacimiento y
en la muerte de los suyos; porque al nacer alguno, puestos todos los parientes
alrededor del recién nacido, empiezan a dar grandes lamentos, contando los
muchos males que lo esperan en el discurso de la vida, y siguiendo una por una
las desventuras y miserias humanas; pero al morir uno de ellos, con muchas
muestras de contento y saltando de placer y alegría, le dan sepultura,
ponderando las miserias de que acaba de librarse y los bienes de que empieza a
verse colmado en su bienaventuranza.
Libro
VI.
Caballos
que bailan.
Los
sibaritas provenían de Sibaris, una ciudad griega. Eran dados al lujo y al
ocio. Sus caballos bailaban al son de la música. Cuando los sibaritas se
enfrentaron a la ciudad de Crotona, ésta contrató músicos que
en plena batalla hicieron tocar sus instrumentos, por lo que los caballos de
los sibaritas se pusieron a bailar y fueron fácil presa de sus enemigos, que
destruyeron la ciudad.
Libro VII.
Los sueños.
Esto de soñar no es cosa del otro mundo. ¿Queréis que yo, que en tantos
años os aventajo, os diga en qué consisten esos sueños que van y vienen para la
gente dormida? Sabed que las especies de lo que uno piensa entre día esas son
las que de noche comúnmente nos van
rodando por la cabeza.
El alma está en los oídos.
En los oídos mismos reside el alma, la cual, cuando se habla bien, da
parte de su gusto a todo el cuerpo, y
cuando mal, se entumece e irrita.
Jerjes, uno de los primeros nihilistas.
Jerjes: “Al contemplar mi armada me ha sobrecogido un afecto de
compasión, doliéndome de lo breve que es la vida de los mortales, y pensando
que de tanta muchedumbre de gente ni uno sólo quedará al cabo de cien años”.
Libro
VIII
¡Cuidado
con los enemigos virtuosos!
Entretanto, ciertos aventureros naturales de Arcadia,
pocos en número, faltos de medios y deseosos de tener a quien servir para
ganarse la vida, se pasaron a los persas. Conducidos a la presencia del rey,
preguntáronles los persas, llevando uno la voz en nombre de todos, qué era lo
que entonces estaban haciendo los griegos. Respondieron ellos que celebraban
los juegos olímpicos, habiendo concurrido a los certámenes gímnicos y corridas
de caballos. Preguntó el persa cuál era el premio propuesto por cuyo goce
contendían, a lo que respondieron que la presea consistía en una corona de
olivo que allí se daba .Entonces
fue cuando oyendo esto Tritantegmes, hijo de Artabano, prorrumpió en un dicho
finísimo, si bien le costó ser tenido del rey por traidor y cobarde; pues
informado de que el premio, en vez de dinero, era una guirnalda, no pudo
contenerse sin decir delante de todos: —“Bravo, Mardonio, ¿contra qué especie
de hombres nos sacas a campaña, que no se las apuestan sobre quién será más
rico, sino más virtuoso?”.
Libro IX
La muerte de Masistes
Esto cuerpo, al que se agregó una partida de ballesteros, fue entre
todos los griegos que se hallaban presentes el que quiso, apostado en Eritras,
relevar a los megarenses. Emprendida de nuevo la acción, duró por algún tiempo,
terminando al cabo del siguiente modo: Acaeció que peleando sucesivamente por
escuadrones la caballería persiana, habiéndose adelantado a los demás el
caballo en que montaba Masistio, fue herido en un lado con una saeta. El dolor
de la herida hízole empinar y dar con Masistio en el suelo. Corren allá los
atenienses, y apoderados del caballo logran matar al general derribado, por más
que procuraba defenderse, y por más que al principio se esforzaban en vano en
quitarle la vida. La dificultad provenía de la armadura del general, quien,
vestido por encima con una túnica de grana, traía debajo una loriga de oro de
escamas, de donde nacía que los golpes dados contra ella no surtiesen efecto
alguno. Pero notado esto por uno do sus enemigos, metióle por un ojo la punta
de la espada, con lo cual, caído luego Masistio, al punto mismo espiró.
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