SOBRE
LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA DE HERÓDOTO
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
1
Se
considera que Heródoto de Halicarnaso (484 - 425 a. C) es el padre de la Historiografía
con su libro “Los nueve libros de la Historia” (430 a. C), donde narra las
guerras entre los griegos y los persas (Guerras Médicas) y la vida de los
antiguos egipcios. Habla de Ciro II el Grande, Darío I y Cambises II. Heródoto
explica que su tarea consiste en escribir para contrarrestar la acción del
olvido con respecto a muchos hechos sobre los cuales tuvo conocimiento, y de
esta manera inaugura una nueva ciencia: la Historia.
2
La
Historia de Heródoto es también un libro de viajes con descripciones de
ciudades, pobladores, costumbres y tradiciones. Heródoto observa, indaga y
obtiene información de la gente, cita textos de autores que le precedieron,
hace análisis y comparaciones.
3
Los
sueños y la realidad se confunden. Hay intérpretes de los cuadros oníricos,
oráculos y pitias. Los dioses se manifiestan para cambiar el rumbo del accionar
humano. Los encantamientos y la hechicería son parte de la cotidianidad y se
hace efectiva para cambiar causas y destinos. Heródoto no siempre acepta las
explicaciones mitológicas de los acontecimientos y se conforma con citarlos,
acotando que ciertos hechos prodigiosos son simples leyendas: hombres con un
solo ojo en la frente o en el pecho. Otros que nacen calvos y así serán toda la
vida. Otros más, no hablan, sino que chillan como murciélagos. Los lotófagos de
la Odisea viven en Libia. En el reino animal hay unicornios, burros con cuernos
y ratones con dos patas. Ríos que se forman repentinamente para auxiliar a los sedientos,
y otros que desaparecen cuando miles de soldados beben de sus lechos y sus
caballos abrevan. Heródoto es uno de los primeros creadores del realismo mágico
y de la historia fabulada.
4
La
lectura de los interminables libros de Heródoto se me hizo muy amena porque
imaginé que mi abuela Matilde me contaba cuentos. Es tan fantástico como leer el
Antiguo y el Nuevo Testamentos. Al fin y al cabo, en la Unión Soviética los
textos sagrados del judaísmo y el cristianismo eran publicados con el
modestísimo y atractivo nombre de Cuentos de la Biblia. A los jerarcas
soviéticos se les puede imprecar de ser ateos, pero es innegable su tino a la
hora de precisar un género literario.
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Cada
libro está dedicado a una musa, a unos acontecimientos realmente históricos y a
otros emanados de la ficción. Eso está en Wikipedia y otros muchos portales. Yo
me referiré a lo que me llamó la atención como médico o como simple lector
curioso.
6
Libro
I:
1. Heródoto
habla de Candaules y Giges. El primero dio nombre al candalismo: excitación
de ver a la pareja exponerse sexualmente, desnudarse o realizar actos sexuales
con otra persona; mientras que el segundo es usado por Platón en su República
para ilustrar los poderes de un anillo que hacía invisible a su poseedor.
2. En
Babilonia y otros pueblos hay una ley relacionada con la medicina que a
Heródoto le parece discreta: Cuando uno
está enfermo, le sacan a la plaza, donde consulta sobre su enfermedad con todos
los concurrentes, porque entre ellos no hay médicos. Si alguno de los presentes
padeció la misma dolencia o sabe que otro la haya padecido, manifiesta al
enfermo los remedios que se emplearon en la curación, y le exhorta a ponerlos
en práctica. No se permite a nadie que pase de largo sin preguntar al enfermo
el mal que lo aflige.
3. Ciro
el Grande quiere la sangre de los masagetas, dirigidos por la reina Tomiris. Van
a la guerra y Ciro es muerto en combate. Tomiris corta su cabeza y la sumerge
en una tinaja con sangre para satisfacer los deseos del persa.
7
Libro
II:
1. En
un nomo o pueblo de Egipto sucedió en los días de Heródoto “la monstruosidad de
juntarse en público un cabrón con una mujer: bestialidad sabida de todos y
aplaudida”.
2. Cuando fallece algún gato de muerte
natural, la gente de la casa se rapa las cejas a navaja; pero al morir un
perro, se rapan la cabeza entera, y además lo restante del cuerpo.
3. Los gatos después de muertos son llevados a
sus casillas sagradas; y adobados en ellas con sal, van a recibir sepultura en
la ciudad de Bubastis. Las perras son enterradas en sagrado en su respectiva
ciudad…
4. Los
egipcios son asimismo la gente más hábil y erudita que hasta el presente he
podido encontrar. En su manera de vivir guardan la regla de purgarse todos los
meses del año por tres días consecutivos, procurando vivir sanos a fuerza de
vomitivos y lavativas, persuadidos de que de la comida nacen al hombre todos
los achaques y enfermedades. Los que así piensan son por otra parte los hombres
más sanos que he visto…
5. Los
cambios de estaciones son las causas de que enfermen los hombres. Por lo común,
(los egipcios) no comen otro pan que el que hacen de la escandia, al cual dan
el nombre de cytestis. Careciendo de viñas el país, no beben otro vino que la
cerveza que sacan de la cebada. De los pescados, comen crudos algunos después
de bien secos al sol, otros adobados en salmuera. Conservan también en sal a
las codornices, ánades y otras aves pequeñas para comerlas después sin cocer.
Las demás aves, como también los peces, los sirven hervidos o asados, a
excepción de los animales que reputan por divinos.
6. En los convites que se dan entre la gente rica
y regalada se guarda la costumbre de que acabada la comida pase uno alrededor
de los convidados, presentándoles en un pequeño ataúd una estatua de madera de
un codo o de dos a lo más, tan perfecta, que en el aire y color remeda al vivo
un cadáver, y diciendo de paso a cada uno de ellos al presentársela y
enseñarla: “¿No le ves? mírale bien: come y bebe y huelga ahora, que muerto no
has de ser otra cosa que lo que ves.” Comentario: una vez asistí a un banquete
donde las carnes eran asadas sobre una parrillera en forma de féretro.
7. Reparten en tantos ramos la medicina, que cada
enfermedad tiene su médico aparte, y nunca basta uno solo para diversas
dolencias. Hierve en médicos el Egipto: médicos hay para los ojos, médicos para
la cabeza, para las muelas, para el vientre; médicos, en fin, para los achaques
ocultos.
8. Sobre
el embalsamamiento: Empiezan metiendo por las narices del difunto unos hierros
encorvados, y después de sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus
drogas e ingredientes. Abiertos después los ijares con piedra de Etiopía aguda
y cortante, sacan por ellos los intestinos, y purgado el vientre, lo lavan con vino
de palma y después con aromas molidos, llenándolo luego de finísima mirra, de
casia, y de variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen
últimamente la abertura. Después de estos preparativos adoban secretamente el
cadáver con nitro durante setenta días, único plazo que se concede para guardarle
oculto, luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza
de finísimo lino, untándole al mismo tiempo con aquella goma de que se sirven
comúnmente los egipcios en vez de cola. Vuelven entonces los parientes por el
muerto, toman su momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, cuya parte
exterior tiene la forma y apariencia de un cuerpo humano, y así guardada la
depositan en un aposentillo, colocándola en pie y arrimada a la pared. He aquí
el modo más exquisito de embalsamar los muertos.
9. Ya existía la necrofilia: En cuanto a las
matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la
precaución de no entregarlas luego de muertas para embalsamar, sino que se
difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de
esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen
criminalmente de la belleza de las difuntas…
8
Libro
III
1. La
intrepidez hace ver ejecutadas muchas cosas antes que la razón las mire como
posibles.
2. Otra
nación de indios se halla fronteriza a la ciudad de Caspatiro y a la provincia
Pactica, y situada hacia el Bóreas al Norte. Estos pueblos roban el oro a unas
hormigas de tamaño poco menor que el de un perro y
mayor que el de una zorra, de las cuales cazadas y cogidas allí se ven algunas
en el palacio del rey de Persia. Al hacer estos animales su hormiguero o morada
subterránea, van sacando la arena a la superficie de la tierra, como lo hacen
en Grecia nuestras hormigas, a las que se parecen del todo en la figura. La
arena que sacan es oro puro molido, y por ella van al desierto los indios
señalados.
3. Darío
tiene una luxación en un pie, y sus médicos no atinan a curarlo. Darío no puede
dormir por varias noches por el dolor. El médico más famado de aquel tiempo era
Democedes, quien le devolvió la salud al rey, “aplicado remedios y fomentos
suaves”.
4. Entre otras novedades no mucho después de
dicha cura, sucedió un incidente de consideración a la princesa Atosa, hija de
Ciro y esposa de Darío, a la cual se le formó en los pechos un tumor que una
vez abierto se convirtió en llaga, la cual iba tomando incremento. Mientras el
mal no fue mucho, la princesa lo ocultaba por rubor sin hablar palabra; mas
cuando vio que se hacía de consideración se resolvió llamar a Democedes y hacer
que lo viese. El médico le dio palabra de que sin falta la curaría, y la curó.
5. Cambises
sufría de gota coral o morbo sagrado (epilepsia), llamada así por “ser como una
gota que cae sobre el corazón”.
6. El vigor del espíritu crece con la actividad
del cuerpo.
7. La
abundancia de bienes engendra insolencia.
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Libro
IV.
1. Cuando
Heródoto habla del mal de madre se refiere al dolor del útero y de los ovarios.
2. Acerca de sus usos y conducta en la guerra, el
escita bebe luego la sangre al primer enemigo que derriba, toma su cráneo y lo
prepara como vaso para beber. Además, corta su piel, “ya que el cuero humano,
recio y reluciente, sin duda adobado saldría más blanco y lustroso que ninguna
de las otras pieles”.
3. Los
Nasamones, nación muy numerosa, son los comarcanos de los Ausquisas, tirando
hacia Poniente. Van a caza de langostas,
las que muelen después de secas al sol, y mezclando aquella harina con leche se
la beben. Es allí costumbre tener cada uno muchas mujeres, haciendo que el uso
de ellas sea común a todos, pues del mismo modo que los masagetas, plantando
delante de la casa su bastón, están con la que quieren. Acostumbran asimismo
que cuando un Nasamon se casa la primera vez, todos los convidados a la boda
conozcan aquella primera noche a la novia, y que cada uno de los que la
conocieren la regale con alguna presea traída de su casa. En su modo de jurar y
adivinar, juran por aquellos hombres que pasan entre ellos por los más justos y
mejores de todos, y en el acto mismo de jurar tocan sus sepulcros; adivinan
yendo
a las sepulturas de sus antepasados, donde después de hechas sus deprecaciones
se ponen a dormir, y se gobiernan por lo que allí ven entre sueños. En sus
contratos y promesas usan de la ceremonia de dar el uno de beber al otro con su
mano, y tomando mutuamente de él, y si no tienen a punto cosa que beber,
tomando del suelo un poco de polvo lo lamen.
4. Comarcanos
de los Macas son los Gindanes, cuyas mujeres llevan cerca de los tobillos sus
ligas de pieles, y las llevan, según corre, porque por cada hombre que las
goza, se ciñen en su puesto la señal indicada, y la que más ligas ciñe esa es
la más celebrada por haber tenido más amantes.
5. Más
allá de la laguna Tritónida, hacia Poniente, ni son ya pastores los Libios, no
siguen los mismos usos, ni practican con los niños lo que suelen los Nómadas;
pues que éstos, ya que no todos, que no me atrevo a decirlo absolutamente, por
lo menos muchísimos de ellos, cuando sus niños llegan a la edad de cuatro años,
toman un copo de lana sucia y con ella les van quemando y secando las venas de
la coronilla, y algunos asimismo las de las sienes: el fin que en esto tienen
es impedir que en toda la vida no les molesten las fluxiones que suelen bajar
de la cabeza, y a esto atribuyen la completa salud de que gozan. Y, a decir
verdad, son los libios los hombres más sanos que yo sepa; esto afirmo, pero sin
atribuirlo a la causa referida. Si acontece que al tiempo de hacer la operación
del fuego les den convulsiones a los niños, tienen a mano un remedio eficaz, a
saber, echan sobre ellos la orina de un macho cabrío y vedlos ahí sanos; de lo
cual tampoco salgo fiador, sino que cuento simplemente lo que dicen.
6. Pero
Feretima no tuvo la dicha de morir bien; pues vengada ya, salida de la Libia, y
refugiada en Egipto, enfermó bien presto, de manera que, hirviéndole el cuerpo
en gusanos, y comida viva por ellos, acabó mala y desastrosamente sus días,
como si los dioses quisieran hacer ver a los hombres con aquel horroroso
escarmiento cuán odioso les es el exceso y furor en las venganzas.
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Libro
V
Llevo
dicho de antemano qué modo de vivir siguen los Getas atanizontes (o defensores
de la inmortalidad). Los Trausos, si bien imitan en todo las costumbres de los
demás tracios, practican no obstante sus usos particulares en el nacimiento y
en la muerte de los suyos; porque al nacer alguno, puestos todos los parientes
alrededor del recién nacido, empiezan a dar grandes lamentos, contando los
muchos males que lo esperan en el discurso de la vida, y siguiendo una por una
las desventuras y miserias humanas; pero al morir uno de ellos, con muchas
muestras de contento y saltando de placer y alegría, le dan sepultura, ponderando
las miserias de que acaba de librarse y los bienes de que empieza a verse
colmado en su bienaventuranza.
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Libro
VI.
1. Los
sibaritas provenían de Sibaris, una ciudad griega. Eran dados al lujo y al
ocio. Sus caballos bailaban al son de la música. Cuando los sibaritas se
enfrentaron a la ciudad de Crotona, ésta contrató músicos que
en plena batalla hicieron tocar sus instrumentos, por lo que los caballos de
los sibaritas se pusieron a bailar y fueron fácil presa de sus enemigos, que
destruyeron la ciudad.
2. No
hallaron los Milesios en su desventura recibida de manos de los persas la
debida compasión y correspondencia en los Sibaritas que habitan al presente las
ciudades de Leo y de Seidro, después que fueron privados de su antigua patria,
la ciudad misma de Sibaris; pues habiendo sido ésta tomada por los de Crotona
tiempos atrás, mostraron tanta pena los Milesios de aquella desventura, que los
adultos todos se cortaron el pelo, siendo dichas ciudades las más amigas y las
más unidas en buenos oficios de cuantas tenga yo noticia hasta aquí. Muy
diferentemente obraron en este punto los de Atenas, quienes, además da otras
muchas pruebas de dolor que les causaba la pérdida de Mileto, dieron una muy
particular en la representación de un drama compuesto por Frínico, cuyo asunto
y título era la toma de Mileto; pues no sólo prorrumpió en un llanto general
todo el teatro. sino que el público multó al poeta en mil dracmas por haberle renovado
la memoria de sus males propios, prohibiendo al mismo tiempo que nadie en
adelante reprodujera semejante drama.
3. Hallábase,
pues, en Egina Cleomenes, como antes iba diciendo, empleado en procurar el bien
común de la Grecia, y Demarato en tanto le estaba malamente calumniando en
Esparta, no tanto por favorecer a los eginetas, como por el odio y envidia que
le tenía. Pero vuelto de Egina Cleomenes, llevado de espíritu de venganza,
maquinó el medio cómo privar del reino a Demarato, contra quien intentó la
acción que voy a referir. Siendo Ariston rey de Esparta y viendo que de ninguna
de dos mujeres que tenía le nacían hijos, se casó con una tercera de un modo
muy singular. Un gran amigo de Ariston, de quien él se servía más que de ningún
otro espartano, tenía a dicha por esposa una mujer la más hermosa de cuantas en
Esparta se conocían, y era lo más notable que había venido a ser la más hermosa
después de haber sido la más fea del mundo, mudanza que sucedió en estos
términos: viendo el ama de la niña cuán deforme era su cara, y compadecida por
una parte de que siendo hija de una casa tan rica y principal fuese desgraciada,
y por otra de la pena que en ello recibían sus padres, empezó a cargar mucho la
consideración sobre cada cosa de las referidas, y para remediarlas tomó la
resolución de ir todos los días con la niña fea al templo de Helena en Esparta,
situado en un lugar que llaman Terapua, más arriba de Febeo. Lo mismo era
llegar el ama con su niña, que presentarse delante de aquella estatua y
suplicar a la diosa Helena que tuviese a bien librar a la pobre niña de aquella
fealdad. Es fama que al volverse un día del templo se apareció al ama cierta
mujer y le preguntó qué era lo que en brazos tenía; dícele el ama que tenía en
ellos una niña, y la mujer le pide que se la deje ver. Resistíase el ama, dando
por razón que de orden de los padres de la niña a nadie podía enseñarla; pero
como la mujer porfiase siempre en verla, vencida por fin el ama de la instancia
que le hacía, se la enseñó. Ve la mujer a la niña, y pasándole la mano por la
cara y cabeza, iba diciendo que sería la más bella de las mujeres de Esparta.
¡Cosa extraña! Desde aquel punto fue poniéndosele otro el semblante. A esta
niña, pues, cuando hubo llegado a la flor de su edad, tomóla por mujer Aleto,
hijo de Alcides, aquel amigo de Ariston a quien antes aludía.
4. He
aquí lo sucedido en la causa de deposición del trono contra Demarato, quien
después, por motivo de una nueva afrenta que se le hizo, huyendo de Esparta se
refugió a la corte de los medos, porque depuesto ya de su dignidad, fue después
nombrado para un empleo, que era la presidencia de una danza de niños. Sucedió
que estando Demarato viendo y presidiendo aquella función en tiempo de las
Gimnopedias (juegos públicos de niños desnudos).
5. …Pues
las mujeres paren unas a los nueve, otras a los siete meses, no esperando
siempre a que se cumplan los diez, y yo cabalmente parí sietemesino…
6. Informados
en tanto los lacedemonios del manejo de Cleomenes y temerosos de lo que de allí
podría resultarles, llamáronle a Esparta con la promesa de mantenerle en la
posesión de sus antiguos derechos a la corona. Apenas volvió allá Cleomenes,
cuando se apoderó de él, algo propenso de antes a la demencia, una locura
declarada, pues apenas encontraba entonces con algún espartano, dábale luego en
la cara con el cetro; de suerte que sus mismos parientes, viendo que se
propasaba a tales extremos de locura, le ataron a un cepo. Preso allí, cuando
vio que un hombre solo le estaba guardando, pidióle que le diese su sable, y si
bien el guardia se lo negó al principio, oídos con todo el castigo con que le
amenazaba para algún día, dióselo al cabo de puro miedo; ni es de admirar que
temiera siendo uno de los Ilotas. El furioso Cleomenes, al verse con la
cuchilla en la mano, empezó por sus piernas una horrorosa carnicería, haciendo
desde el tobillo hasta los muslos unas largas incisiones; continuólas después
del mismo modo desde los muslos hasta las ijadas y lomos, ni paró hasta acabar
consigo llevando su destrozo sobre el vientre. Así murió Cleomenes con fin tan
desastrado, bien fuese aquel un castigo del soborno con que cohechó a la Pitia
en la causa de Demarato, como dicen muchos griegos; bien fuese en pena de haber
talado el bosque sacro de las diosas, cuando acometió contra Eleusina, como
aseguran solos los atenienses; bien fuese aquella la paga de la violación del
templo de Argos, de donde sacó a los argivos refugiados después de la rota del
ejército y los hizo pedazos, incendiando al mismo tiempo el bosque sagrado sin
el menor escrúpulo ni reparo…
7.
El que conducía a los bárbaros a
Maratón era aquel Hipias, hijo de Pisístrato, que la noche antes tuvo entre
sueños una visión en que le parecía dormir con su misma madre, de cuyo sueño
sacaba por conjetura, que vuelto a Atenas y recobrado el mando de ella, moriría
después allí en edad avanzada: tal era la interpretación que daba al sueño.
Este, pues, sirviendo de guía a los persas, hizo primeramente pasar luego los
esclavos de Eretria a la isla de los Stirios, llamada Egilia; lo segundo
señalar a las naves aportadas a Maratón, lugar donde anclasen; lo tercero
colocar en tierra a los bárbaros salidos de sus naves. Al tiempo, pues, que
andaba en estas providencias, vínole la gana de estornudar y toser con más
fuerza de lo que tosía el anciano; y fue tal la tos, que los más de los dientes
mal acondicionados se le movieron, y aun hubo uno que le saltó de la boca. Todo
fue luego buscar el diente que le había caído en la arena, y como este no
pareciese, dio un gran suspiro, diciendo a los que cerca de sí tenía: —“Adiós,
amigos; ya rehúsa ser nuestra esta tierra; no podremos, no, otra vez poseerla;
lo poco que de ella para mí quedaba, de eso mi diente tomó ya posesión”.
8.
La familia de los Alcmeónidas, si
bien desde mucho tiempo atrás era ya distinguida en Atenas, se hizo
notablemente más ilustre en la persona de Alcmeón, no menos que en la de
Megacles. El caso fue, que cuando los lidios de parte de Creso fueron enviados
de Sardes a Delfos para consultar aquel oráculo, no sólo les sirvió en cuanto
pudo Alcmeón, hijo de Megacles, sino que se esmeró particularmente en
agasajarles. Informado Creso por los lidios que habían hecho aquella romería de
cuán bien por su respeto había obrado con ellos Alcmeón, convidóle a que
viniera a Sardes, y llegado, le ofreció de regalo tanto oro cuanto de una vez
pudiese cargar y llevar encima. Para poderse aprovechar mejor de lo grandioso
de la oferta, fue Alcmeón a disfrutarla en este traje: púsose una gran túnica,
cuyo seno hizo que prestase mucho dejándolo bien ancho, calzóse unos coturnos
los más holgados y capaces que hallar pudo, y así vestido fuese al tesoro real
adonde se la conducía. Lo primero que hizo allí fue dejarse caer encima de un
montón de oro en polvo, y henchir hasta las pantorrillas aquellos sus borceguíes de cuanto oro en ellos cupo. Llenó
después de oro todo el seno; empolvóse con oro a maravilla todo el cabello de
su cabeza; llenóse de oro asimismo toda la boca: cargado así de oro iba
saliendo del erario, pudiendo apenas arrastrar los coturnos, pareciéndose a
cualquier otra cosa menos a un hombre, hinchados extremadamente los mofletes y
hecho todo él un cubo. Al verle así Creso no pudo contener la risa, y no sólo
le dio todo el oro que consigo llevaba, sino que le hizo otros presentes de no
menor cuantía, con lo cual quedó muy rica aquella casa, y el mismo Alcmeón,
pudiendo criar sus tiros para las cuadrigas, fue vencedor con ellos en los
juegos Olímpicos.
9.
Agarista habiendo casado con
Jantipo, hijo de Arifon, tuvo un sueño estando en cinta, en que le pareció que
había parido un león; y poco después parió a Pericles, hijo de Jantipo.
10.
Vuelto ya Milcíades de aquella
isla, no hablaban de otra cosa los atenienses que de su infeliz expedición;
pero quien sobre todos le acriminaba era Jantipo, el hijo de Arifrón, quien
inventándole ante el pueblo causa capital, le acusaba por haber engañado a los
atenienses. Milcíades no respondió en persona a la acusación, hallándole
imposibilitado por causa de su muslo enconado con la herida; pero estando él en
cama allí mismo, defendiéronle sus amigos con el mayor esfuerzo, haciendo valer
mucho sus servicios en el combate de Maratón, como también en la toma de
Lemnos, la cual rindió y cedió a los atenienses, habiéndose vengado de los
pelasgos. Absolvióle el pueblo de la pena capital; mas por aquel perjuicio del
estado le multó en 50 talentos. Después de este juicio, como se le encancerase
y pudriese el muslo, falleció Milcíades, y su hijo Citrión pagó la multa de su
padre.
12
Libro VII.
1.
Esto de soñar no es cosa del otro
mundo. ¿Queréis que yo, que en tantos años os aventajo, os diga en qué
consisten esos sueños que van y vienen para la gente dormida? Sabed que las
especies de lo que uno piensa entre día esas son las que de noche comúnmente nos van rodando por la
cabeza.
2.
En los oídos mismos reside el
alma, la cual, cuando se habla bien, da parte de su gusto a todo el cuerpo, y cuando mal, se entumece e
irrita.
3.
Jerjes: “Al contemplar mi armada
me ha sobrecogido un afecto de compasión, doliéndome de lo breve que es la vida
de los mortales, y pensando que de tanta muchedumbre de gente ni uno sólo
quedará al cabo de cien años”.
4.
A todo esto, replicóle Jerjes:
—“Lo mejor será, Artabano, que, pues nos vemos ahora en el mayor auge de la
fortuna, nos dejemos de filosofar acerca de la condición y vida humana tal como
la pintas, sin que hagamos otra mención de sus miserias”.
5.
Los hombres nunca saben moderar su
ambición poniendo límites a la próspera fortuna.
6.
Vale más que, lleno siempre de
ánimo, se exponga uno a que no lo salgan bien la mitad de sus empresas, que no
el que lleno siempre de miedo y sin emprender cosa jamás, no tenga mal éxito en
nada.
7.
Si uno porfía contra lo que otro
dice y no da por su parte una razón convincente que asegure su parecer, éste no
se expone menos a errar que su contrario, pues corren los dos parejos en
aquello.
8.
Soy de opinión que ningún hombre mortal es
capaz de dar un expediente que nos asegure de lo que ha de suceder.
9.
La fortuna por lo común se declara
a favor de quien se expone a la empresa, y no de quien en todo pone reparos y a
nada se atreve.
10.
Pasado ya todo el ejército, al ir a emprender
la marcha, sucedióles un portento considerable, si bien en nada lo estimó Jerjes,
y eso siendo de suyo de muy interpretación. El caso fue que de una yegua le
nació una liebre, se ve cuán natural era la conjetura de que en efecto
conduciría Jerjes su armada contra la Grecia con gran magnificencia y
jactancia, pero que volvería pavoroso al mismo sitio y huyendo más que de paso
de su ruina. Y no fue sólo este prodigio, pues otro le había ya acontecido
hallándose en Sardes, donde una mula parió otra, y ésta monstruo hermafrodita,
con las naturas de ambos sexos, estando la de macho sobre la de hembra.
11.
Eran generales de la caballería
los dos hijos de Datis, el uno Armamitres y el otro Titeo, habiendo quedado
enfermo en Sardes el tercer general, Farnuques, quien al partir de aquella
ciudad tuvo una sensible desgracia. Sucedió que al montar a caballo pasó un
perro por debajo del vientre de éste; el caballo, que no lo había visto venir,
se espantó, y empinándose de repente, arrojó a Farnuques. De la caída se le
originó un vómito de sangre que al cabo vino a parar en una tisis. Sus criados en
el acto hicieron con el caballo lo que su amo les mandó, llevándolo al mismo
lugar en donde arrojó al señor y cortándole las piernas hasta las rodillas. Por
este accidente perdió Farnuques su mando de general.
12. El buen éxito de un negocio depende del buen consejo previo.
13. El no poder más, puede más que el deber.
14. Batalla de las Termópilas: En el calor del choque, rotas las lanzas de
la mayor parte de los combatientes espartanos, iban con la espada desnuda
haciendo carnicería en los persas. En esta refriega cae Leónidas peleando como
varón esforzado, y con él juntamente muchos otros famosos espartanos…
15.
Allí murieron peleando estos dos
hermanos de Jerjes. Pero muerto ya Leónidas, encendióse cerca de su cadáver la
mayor pelea entre persas y lacedemonios, sobre quiénes le llevarían, el cual
duró hasta que los griegos, haciendo retirar por cuatro veces a los enemigos,
le sacaron de allí a viva fuerza.
13
Libro VIII
1. Entretanto, ciertos aventureros naturales de Arcadia,
pocos en número, faltos de medios y deseosos de tener a quien servir para
ganarse la vida, se pasaron a los persas. Conducidos a la presencia del rey,
preguntáronles los persas, llevando uno la voz en nombre de todos, qué era lo
que entonces estaban haciendo los griegos. Respondieron ellos que celebraban
los juegos olímpicos, habiendo concurrido a los certámenes gímnicos y corridas
de caballos. Preguntó el persa cuál era el premio propuesto por cuyo goce
contendían, a lo que respondieron que la presea consistía en una corona de
olivo que allí se daba .Entonces
fue cuando oyendo esto Tritantegmes, hijo de Artabano, prorrumpió en un dicho
finísimo, si bien le costó ser tenido del rey por traidor y cobarde; pues
informado de que el premio, en vez de dinero, era una guirnalda, no pudo contenerse
sin decir delante de todos: —“Bravo, Mardonio, ¿contra qué especie de hombres
nos sacas a campaña, que no se las apuestan sobre quién será más rico, sino más
virtuoso?”.
2.
Por lo común el buen éxito es
fruto de un buen consejo, mientras que ni Dios mismo quiere prosperar las
humanas empresas que no nacen de una prudente deliberación.
3.
Marchó después Jerjes con mucha prisa la
vuelta del Helesponto, habiendo dejado a Mardonio en la Tesalia, y llegó al
paso de las barcas al cabo de cuarenta y cinco días, llevando consigo de su
ejército un puñado de gente tan sólo por decirlo así. Durante el viaje entero,
manteníase la tropa de los frutos que robaba a los moradores del país sin
distinción de naciones, y cuando no hallaban víveres algunos, contentábanse con
la hierba que la tierra naturalmente les daba, con las cortezas quitadas a los
árboles, y con las hojas que iban cogiendo, ya
fuesen ellos frutales, ya silvestres;
que a todo les obligaba el hambre, sin que dejasen de comer cosa que comerse
pudiera. De resultas de esto, iban acabando con el ejército la peste y la
disentería que le sobrevino. A los que
caían enfermos dejábanlos en las ciudades por donde pasaban, mandándolas que
tuviesen cuidado de curarlos y alimentarlos, habiendo asimismo dejado algunos
en Tesalia, otros en Siris de la Peonía, y otros en Macedonia finalmente. Antes
en su paso hacia la Grecia había dejado el rey en Macedonia la carroza sagrada
de Júpiter, y entonces de vuelta no la recobró: habíanla los Peonios dado a los
de Tracia, y respondieron a Jerjes que por ella pedía, que aquellos tiros,
estando paciendo, habían sido robados por los tracios, que moran vecinos a las
fuentes del río Estrimón.
4.
Después que los persas, dejada la Tracia,
llegaron al paso del Helesponto, embarcados a toda prisa lo atravesaron hacia
Ábidos, no pudiendo pasar por el puente de barcas, que ya no hallaron unidas y firmes, sino sueltas y separadas por
algún contratiempo. En los días de descanso que allí tuvieron, como la copia de víveres que lograban fuese mayor que
la que en el camino habían tenido, comieron sin regla ni moderación alguna, de
cuyo desorden, y de la mudanza de aguas, resultó que moría mucha gente del ejército
que había quedado. Los pocos que restaron, en compañía de Jerjes al cabo
llegaron a Sardes.
5.
Cuéntase también de otro modo esta
retirada, a saber: que después que Jerjes, salido de Atenas, llegó a la ciudad
de Eyona, situada sobre el Estrimón, no continuó desde allí por tierra su
marcha, sino que encargando a Hidarnes la
conducción del ejército al Helesponto, partió para el Asia embarcado en una
nave fenicia. Estando, pues, en medio de su viaje, levantósele vehemente y
tempestuoso el viento llamado Estrimonias, y fue tanto mayor el peligro de la
tormenta, cuanto más cargada y llena iba la nave, sobre cuya cubierta venían
muchos persas acompañando a Jerjes. Entonces, entrando el rey en gran miedo,
llamando en alta voz al piloto, preguntóle si les quedaba alguna esperanza de
vida. —«Una sola queda, señor, díjole el piloto; el ver cómo podremos
deshacernos de tanto pasajero como aquí viene.» Oído esto, pretenden que dijese
Jerjes: —«persas míos, esta es la ocasión en que alguno de vosotros muestre si se interesa o no por su rey; que, en
vuestra mano, según parece, está mi salud y vida.» Apenas hubo hablado, cuando
los persas, hecha al soberano una profunda inclinación, saltaron por sí mismos
al agua, con lo que, aligerada la nave, pudo llegar al Asia a salvamento. Allí,
saltando Jerjes en tierra, dicen que ejecutó al punto una de sus justicias,
pues premió con una corona de oro al piloto por haber salvado la vida del rey,
y le mandó cortar la cabeza por haber perdido a tanto persa.
14
Libro IX
1.
Esto cuerpo, al que se agregó una
partida de ballesteros, fue entre todos los griegos que se hallaban presentes
el que quiso, apostado en Eritras, relevar a los megarenses. Emprendida de
nuevo la acción, duró por algún tiempo, terminando al cabo del siguiente modo:
Acaeció que peleando sucesivamente por escuadrones la caballería persiana,
habiéndose adelantado a los demás el caballo en que montaba Masistio, fue
herido en un lado con una saeta. El dolor de la herida hízole empinar y dar con
Masistio en el suelo. Corren allá los atenienses, y apoderados del caballo
logran matar al general derribado, por más que procuraba defenderse, y por más
que al principio se esforzaban en vano en quitarle la vida. La dificultad
provenía de la armadura del general, quien, vestido por encima con una túnica
de grana, traía debajo una loriga de oro de escamas, de donde nacía que los
golpes dados contra ella no surtiesen efecto alguno. Pero notado esto por uno
do sus enemigos, metióle por un ojo la punta de la espada, con lo cual, caído
luego Masistio, al punto mismo espiró. En tanto, la caballería, que ni había
visto caer del caballo a su general, ni morir luego de caído a manos de los
atenienses, nada sabía de su desgracia, habiendo sido fácil el no reparar en lo
que pasaba, por cuanto en aquella refriega iban alternando las acometidas con
las retiradas. Pero como salidos ya de la acción viesen que nadie les mandaba
lo que debían ejecutar, conociendo luego la pérdida, y echando menos a su
general, se animaron mutuamente a embestir todos a una con sus caballos, con
ánimo de recobrar al muerto.
2.
Otro tanto sucedió a Mardonio en
sus sacrificios: éranle propicias sus víctimas mientras que se mantuviese a la
defensiva para rebatir al enemigo; mas no le eran favorables si le acometía
siendo el primero en venir a las manos, como él deseaba. Es de saber que
Mardonio sacrificaba también al uso griego, teniendo consigo al adivino
Hegesístrato, natural de Elea, uno de los teliadas y el de más fama y
reputación entre todos ellos. A este en cierta ocasión tenían preso y condenado
a muerte los espartanos, por haber recibido de él mil agravios y desacatos
insufribles. Puesto en aquel apuro, viéndose en peligro de muerte y de pasar
antes por muchos tormentos, ejecutó una acción que nadie pudiera imaginar; pues
hallándose en el cepo con prisiones y argollas de hierro, como por casualidad
hubiera logrado adquirir un cuchillo, hizo con él una acción la más animosa y
atrevida de cuantas jamás he oído. Tomó primero la medida de su pie para ver
cuánta parte de él podría salir por el ojo del cepo, y luego según ella se
cortó por el empeine la parte anterior del pie. Hecha ya la operación,
agujereando la pared, pues que le guardaban centinelas en la cárcel, se escapó
en dirección a Tegea. Iba de noche caminando, y de día deteníase escondido en los
bosques, diligencia con la cual, pesar de los lacedemonios, que esparciendo la
alarma habían corrido todos a buscarle, al cabo de tres noches logró hallarse
en Tegea; de suerte que admirados ellos del valor y arrojo del hombre de cuyo
pie veían la mitad tendida en la cárcel, no pudieron dar con el cojo y fugitivo
reo de este modo, pues, Hegesístrato, escapándose de las manos de los
lacedemonios, se refugió en Tegea, ciudad que a la sazón corría con ellos en
buena armonía. Curado allí de la herida y suplida la falta con un pie de madera,
se declaró por enemigo jurado y mortal de los lacedemonios verdad es que al
cabo tuvo mal éxito el odio que por aquel caso les profesaba, pues cogido en
Zacinto, donde proseguía vaticinando contra ellos, le dieron allí la muerte.
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