DE CÓMO DESCUBRÍ AL NIÑO JESÚS.
1
Dos hechos de mi vida infantil quedaron grabados en mi
mente para siempre, aunque al principio no sabía que estaban relacionados; y
cuando lo supe sentí mucha tristeza.
2
La llegada del Niño Jesús era esperada por todos
nosotros con mucha expectativa y alegría. ¿Qué nos traerá esta vez? ¿Y si me
quedo despierto toda la noche podré ver al Niño Jesús? No escribíamos cartas
con peticiones al Niño Jesús, por eso la incertidumbre nos invadía, y la
sorpresa ya era un regalo adicional. Nos despertábamos a cada rato , y al no
ver nada a nuestro lado ,tanteábamos el piso por debajo de la cama con la misma
desilusión .Entonces, decidía dormir con el deseo de un pronto amanecer.
3
Los regalos de cada año eran variados, pero también
eran los mismos que recibían todos los niños de todos los tiempos: carros,
aviones, soldaditos, animales plásticos y revólveres . Yo era muy celoso con
esos regalos y los guardaba con sumo cuidado en baúles. Nuestro hermano Carlos ha
sido desde siempre un carpintero excelente. Me hizo dos cajones de madera con
sus respectivas cerraduras. Uno de esos cajones tenía la forma de una máquina
de escribir, o con más precisión: se
parecía a esas cajas registradoras que estaban apareciendo en los almacenes que
ya empezaban a desplazar a las pulperías o bodegas que sólo tenían unas gavetas
debajo de los mostradores. El otro cajón era un cuadrado de poca altura, de
casi un metro y con muchos departamentos de diferentes tamaños para colocar mis
tesoros.
4
Me desperté muy temprano . Busqué encima y debajo de
la cama. Quité la sabana para cerciorarme de que no había nada. Levanté el
colchón y metí la vista por todos los rincones: ¡Nada!
Salí con el rostro compungido. Mi padre me preguntó:
—¿Qué te trajo el Niño Jesús?
—Nada.
—¡No puede ser!
—Busqué por todos lados y no encontré nada.
—¿Revisaste los zapatos?
—No.
—Anda y revísalos.
Yo no entendía cómo un regalo podía caber en un
zapato, por eso me quedé pensativo. Mi
padre notó mi asombro y por eso
insistió:
—Anda y revisa los zapatos.
Revisé, y en uno de los zapatos toqué una moneda. Era
de cinco bolívares de plata, de los llamados “fuertes”.
5
Unos meses antes de este 25 de diciembre al cual nos
referimos llegaba yo como siempre a la bodega de mi padre con la vianda del
almuerzo que le enviaba mi madre. Vi una sala repleta de personas que
evidentemente no eran clientes. Eran curiosos, obreros, un escribano de camisa
blanca bien planchada, dos policías con rolos en la cintura, y un juez alto
cabeza rapada. Se estaba realizando un embargo. Mi padre sólo observaba
resignado pero impasible cómo cargaban hacia un camión las que ya no eran sus
pertenencias. Esta escena de ingrato recuerdo era la culminación de una serie
de fracasos mercantiles que incluían la perdida de otras propiedades como unas
tierras valiosas y ganados. Nuestro padre estaba en la ruina. Ante mi
aparecieron sentimientos confusos y melancólicos. Empezaba a entender el duro
mundo de los adultos.
6
Acaricié los cinco bolívares de plata e hice una serie
de asociaciones (hasta donde me lo permitía mi infantil cerebro) que me
condujeron a dos descubrimientos. El primero consistía en que mi padre era el
Niño Jesús. De allí su reiterada recomendación para que revisara los zapatos; y
de allí también sus viajes a Caracas antes de la Navidad: eran claramente para
comprar los regalos. El segundo descubrimiento trataba de la relación entre el
embargo, del cual mis ingenuos ojos fueron testigos presenciales, y el “fuerte”. Mi padre estaba en bancarrota y
por lo tanto el Niño Jesús ya no podía traer las vistosas bolsas con regalos
caros.
7
Pasaron muchos años. Mi padre, ya muy viejo, me
obsequió un “fuerte” del siglo XIX para mi colección de monedas; y yo, sintiendo
una gran tristeza como la lejana vez aquella,
no pude evitar recordar el último regalo que me hiciera el Niño Jesús.
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