VERSOTERAPIA

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2007

LITERATURA Y MEDICINA

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LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA : LITERATURA Y MEDICINA

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domingo, 21 de septiembre de 2025

EL PELIGRO DE ESTAR CUERDA.

 

EL PELIGRO DE ESTAR CUERDA (2022).

Edgardo Rafael Malaspina Guerra




I

 Mientras leía  “El peligro de estar cuerda", recordaba  a un poeta azotazalles de mi pueblo que se detenía allí donde se agolpaba la gente para recitar sus poemas, pero antes decía: Los locos son los que saben. Ese eras sus prolegómenos para adelantarse a los que le acusaban de estar mal de la cabeza.

El libro, como todos los de Rosa Montero, me ha encantado. Sobre todo los de este tipo donde se combinan y confunden todos los géneros literarios posibles.

Cada capítulo, cada página, cada frase son lecciones de vida, que uno como lector quiere aprenderse para llevarlas a la práctica, y por eso las subrayamos y las anotamos en nuestro diario.

II

Este libro de Rosa Montero empieza con dos epígrafes:

 

—Es una lástima que los locos no tengan derecho a hablar sensatamente de las locuras de la gente sensata. (Fernando Pessoa)

—Mis admiradores creen que me he curado, pero no; solo me he hecho poeta.(William Shaespeare)

ALGUNAS FRASES Y PÁRRAFOS QUE ME GUSTARON

1

Hay una frase de Henri Michaux que me encanta: “El yo es un movimiento en el gentío”.

2

A veces la cabeza escribe por sí sola de maravilla. A veces la oscuridad de tu cráneo se ilumina como en el estallido de una supernova. Ahí está toda esa energía y ese polvo de estrellas girando y danzando y emitiendo la música de las esferas, el poderoso sonido de la creación del mundo.

3

Mi cuento preferido de la historia de la literatura es Wakefield, de Nathaniel Hawthorne (1804-1864). En él, un respetable burgués londinense se marcha una tarde de su casa en un viaje de trabajo de dos días y en vez de regresar alquila un piso casi enfrente de su domicilio y se queda ahí agazapado, contemplando el hueco que ha dejado su ausencia: las lágrimas de la mujer, la consternación general, la reacción de los amigos... Pasa veinte años fuera de sí, y nunca mejor dicho, hasta que un día regresa al hogar como si nada y retoma la feliz convivencia con su esposa hasta la muerte. ¿Quién no ha deseado alguna vez escapar del encierro de la propia vida? Y no porque esa vida no nos guste, sino porque una sola existencia, por muy grande y muy buena que sea, siempre será una especie de cárcel, una mutilación de las otras posibles realidades, de los otros individuos que pudimos ser. ¿Quién no ha deseado alguna vez ser otro? Contenerse dentro de una sola identidad resulta empobrecedor.

4

El mero hecho de intentar entender cómo nos comportamos todos ya es un bien que consuela y protege; pero si además con eso puedes escribir algo, si consigues convertir el dolor en algo creativo, entonces acaricias la sensación de ser invulnerable.

5

Pues bien: los novelistas somos al mismo tiempo insectos pataleantes y estudiosos que observan el pataleo. Por ejemplo: haces el ridículo en una historia amorosa y te sientes fatal, y la observadora enseguida analiza las tonterías que has hecho, que son las mismas tonterías que muchos otros hacen, y hasta se parte de risa al constatar lo pequeños y ridículos que somos los humanos.

6

EL SÍNDROME DEL IMPOSTOR.

«Ni siquiera soy artista de verdad, sino una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto», dijo Charles Bukowski. Podría seguir hasta el hartazgo, porque hay muchos ejemplos. Se trata del llamado síndrome del impostor; fue descrito por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en el artículo «The Impostor Phenomenon», publicado en Psychotherapy: Theory, Research, and Practice. Clance y Imes habían descubierto en sus sesiones clínicas que muchas mujeres profesionales de éxito se sentían, sin embargo, impostoras en su trabajo; que creían no dominar la profesión en la que destacaban y estaban llenas de ansiedad por el miedo a que sus carencias fueran descubiertas.

Ahora se sabe que también les sucede a los hombres, aunque a nosotras nos afecta algo más (por cada diez mujeres hay ocho varones), una desigualdad lógica si tenemos en cuenta que el mundo profesional sigue estando construido mayoritariamente para ellos. Es un fenómeno psicológico que, en cualquier caso, está relacionado con el perfeccionismo, pero además yo creo que abunda tanto entre los escritores porque conecta con ese yo carente de hueso que tenemos los literatos.

7

MOMENTO OCEÁNICO.

 

Rolland, pacifista, idealista, amante de las filosofías orientales y  hombre entregado a una intensa búsqueda espiritual, bautizó de «momento oceánico»esos instantes de aguda y trascendente intensidad, cuando tu yo se borra y la  piel, frontera de tu ser, se desvanece, de manera que te parece sentir que las  células de tu cuerpo se expanden y se fusionan con las demás partículas del

 universo. Entonces nada separa tu conciencia del resto del Todo; eres el sol  que arde en el horizonte y el élitro queratinoso de un humilde grillo. Eres,  como decía Rolland, la gota de agua que se une al océano. Estos instantes místicos, que pueden ser más o menos agudos, que a menudo están  asociados con la observación de la naturaleza pero que a veces también se  originan a partir de una imagen, de una música o de un impulso de  arrolladora empatía con algún ser vivo, son una nuez candente de dicha y de  belleza. No sé cuánto pueden durar, sin duda muy poco, aunque es algo  difícil de precisar porque la percepción temporal también se altera. En  cualquier caso, durante unos segundos te sientes al borde de la revelación, a  punto de entender el secreto del mundo. Y la muerte se bate en retirada, porque mientras estás fuera de ti eres eterno. Los japoneses llaman satori a  este instante de no-mente y de presencia total; el satori, que significa  «comprensión», es la iluminación en el budismo zen.

 Seguro que sabes de qué hablo. Seguro que lo has experimentado alguna vez.  Ahora bien, ¿cuántas veces lo has vivido? ¿Cuán a menudo vuelas?

 En aquella sesión con el terapeuta le conté de pasada, con perfecta inocencia, es decir, con plena ignorancia, lo bastante a menudo que me  sucede. Yo creía que era una experiencia común entre los humanos; que a todos nos sobrevenía esta explosión de sentido y de eternidad de cuando en  cuando.

8

—Bueno, alguien dijo que uno de los grandes problemas de ser viejo era  que no puedes decir en voz alta casi ninguna de las cosas que realmente piensas, porque siempre resultas ridículo o chocante o molesto.

9

Entrevista con Doris Lessing, escritora británica, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2007.

 

—En un momento del libro cuenta usted que durante muchos años lloró con  tan lacerante desconsuelo la muerte de los gatos que por fuerza tenía que  pensar que estaba algo demente.

 —Es que hay algo loco en una persona que llora con absoluta y total  desesperación durante diez días por la muerte de un gato, cuando no se ha comportado así en la muerte de su propia madre.

 Es algo demencial, irracional. Es un desplazamiento del dolor

—¿Ha tenido usted alguna vez miedo a volverse loca?

 —Mire, esto es muy interesante. No creo haber temido la locura, porque,  primero, eché mis miedos fuera a través de la literatura, es decir, escribí mi miedo a la locura. Y, en segundo lugar, creo que tengo muchos puntos de  contacto con aquellas personas que están locas, pero creo que yo puedo...

 Es algo en sí mismo interesante, creo que puedo... no me gusta la palabra sublimar, pero, en fin, creo que puedo simplemente pasar mi locura a... tal vez a otra gente

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