EL
PELIGRO DE ESTAR CUERDA (2022).
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
I
Mientras leía
“El peligro de estar cuerda", recordaba
a un poeta azotazalles de mi pueblo que se detenía allí donde se
agolpaba la gente para recitar sus poemas, pero antes decía: Los locos son los
que saben. Ese eras sus prolegómenos para adelantarse a los que le acusaban de
estar mal de la cabeza.
El
libro, como todos los de Rosa Montero, me ha encantado. Sobre todo los de este
tipo donde se combinan y confunden todos los géneros literarios posibles.
Cada
capítulo, cada página, cada frase son lecciones de vida, que uno como lector
quiere aprenderse para llevarlas a la práctica, y por eso las subrayamos y las
anotamos en nuestro diario.
II
Este
libro de Rosa Montero empieza con dos epígrafes:
—Es
una lástima que los locos no tengan derecho a hablar sensatamente de las locuras
de la gente sensata. (Fernando Pessoa)
—Mis
admiradores creen que me he curado, pero no; solo me he hecho poeta.(William
Shaespeare)
ALGUNAS
FRASES Y PÁRRAFOS QUE ME GUSTARON
1
Hay
una frase de Henri Michaux que me encanta: “El yo es un movimiento en el gentío”.
2
A
veces la cabeza escribe por sí sola de maravilla. A veces la oscuridad de tu
cráneo se ilumina como en el estallido de una supernova. Ahí está toda esa
energía y ese polvo de estrellas girando y danzando y emitiendo la música de
las esferas, el poderoso sonido de la creación del mundo.
3
Mi
cuento preferido de la historia de la literatura es Wakefield, de Nathaniel
Hawthorne (1804-1864). En él, un respetable burgués londinense se marcha una
tarde de su casa en un viaje de trabajo de dos días y en vez de regresar
alquila un piso casi enfrente de su domicilio y se queda ahí agazapado, contemplando
el hueco que ha dejado su ausencia: las lágrimas de la mujer, la consternación
general, la reacción de los amigos... Pasa veinte años fuera de sí, y nunca
mejor dicho, hasta que un día regresa al hogar como si nada y retoma la feliz
convivencia con su esposa hasta la muerte. ¿Quién no ha deseado alguna vez
escapar del encierro de la propia vida? Y no porque esa vida no nos guste, sino
porque una sola existencia, por muy grande y muy buena que sea, siempre será
una especie de cárcel, una mutilación de las otras posibles realidades, de los
otros individuos que pudimos ser. ¿Quién no ha deseado alguna vez ser otro?
Contenerse dentro de una sola identidad resulta empobrecedor.
4
El
mero hecho de intentar entender cómo nos comportamos todos ya es un bien que
consuela y protege; pero si además con eso puedes escribir algo, si consigues
convertir el dolor en algo creativo, entonces acaricias la sensación de ser
invulnerable.
5
Pues
bien: los novelistas somos al mismo tiempo insectos pataleantes y estudiosos
que observan el pataleo. Por ejemplo: haces el ridículo en una historia
amorosa y te sientes fatal, y la observadora enseguida analiza las tonterías
que has hecho, que son las mismas tonterías que muchos otros hacen, y hasta se
parte de risa al constatar lo pequeños y ridículos que somos los humanos.
6
EL
SÍNDROME DEL IMPOSTOR.
«Ni
siquiera soy artista de verdad, sino una especie de impostor que escribe desde
el asco más absoluto», dijo Charles Bukowski. Podría seguir hasta el hartazgo,
porque hay muchos ejemplos. Se trata del llamado síndrome del impostor; fue
descrito por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne
Imes en el artículo «The Impostor Phenomenon», publicado en Psychotherapy:
Theory, Research, and Practice. Clance y Imes habían descubierto en sus
sesiones clínicas que muchas mujeres profesionales de éxito se sentían, sin
embargo, impostoras en su trabajo; que creían no dominar la profesión en la que
destacaban y estaban llenas de ansiedad por el miedo a que sus carencias fueran
descubiertas.
Ahora
se sabe que también les sucede a los hombres, aunque a nosotras nos afecta algo
más (por cada diez mujeres hay ocho varones), una desigualdad lógica si tenemos
en cuenta que el mundo profesional sigue estando construido mayoritariamente
para ellos. Es un fenómeno psicológico que, en cualquier caso, está relacionado
con el perfeccionismo, pero además yo creo que abunda tanto entre los
escritores porque conecta con ese yo carente de hueso que tenemos los
literatos.
7
MOMENTO
OCEÁNICO.
Rolland,
pacifista, idealista, amante de las filosofías orientales y hombre entregado a una intensa búsqueda
espiritual, bautizó de «momento oceánico»esos instantes de aguda y trascendente
intensidad, cuando tu yo se borra y la piel, frontera de tu ser, se desvanece, de
manera que te parece sentir que las células de tu cuerpo se expanden y se fusionan
con las demás partículas del
universo. Entonces nada separa tu conciencia
del resto del Todo; eres el sol que arde
en el horizonte y el élitro queratinoso de un humilde grillo. Eres, como decía Rolland, la gota de agua que se une
al océano. Estos instantes místicos, que pueden ser más o menos agudos, que a
menudo están asociados con la
observación de la naturaleza pero que a veces también se originan a partir de una imagen, de una música
o de un impulso de arrolladora empatía
con algún ser vivo, son una nuez candente de dicha y de belleza. No sé cuánto pueden durar, sin duda
muy poco, aunque es algo difícil de
precisar porque la percepción temporal también se altera. En cualquier caso, durante unos segundos te
sientes al borde de la revelación, a punto de entender el secreto del mundo. Y la
muerte se bate en retirada, porque mientras estás fuera de ti eres eterno. Los
japoneses llaman satori a este instante
de no-mente y de presencia total; el satori, que significa «comprensión», es la iluminación en el budismo
zen.
Seguro que sabes de qué hablo. Seguro que lo
has experimentado alguna vez. Ahora
bien, ¿cuántas veces lo has vivido? ¿Cuán a menudo vuelas?
En aquella sesión con el terapeuta le conté de
pasada, con perfecta inocencia, es decir, con plena ignorancia, lo bastante a
menudo que me sucede. Yo creía que era
una experiencia común entre los humanos; que a todos nos sobrevenía esta
explosión de sentido y de eternidad de cuando en cuando.
8
—Bueno,
alguien dijo que uno de los grandes problemas de ser viejo era que no puedes decir en voz alta casi ninguna
de las cosas que realmente piensas, porque siempre resultas ridículo o chocante
o molesto.
9
Entrevista con Doris Lessing, escritora británica,
ganadora del Premio Nobel de Literatura 2007.
—En un momento del libro cuenta usted
que durante muchos años lloró con tan
lacerante desconsuelo la muerte de los gatos que por fuerza tenía que pensar que estaba algo demente.
—Es que hay algo loco en una persona que llora
con absoluta y total desesperación
durante diez días por la muerte de un gato, cuando no se ha comportado así en
la muerte de su propia madre.
Es algo demencial, irracional. Es un desplazamiento
del dolor
—¿Ha
tenido usted alguna vez miedo a volverse loca?
—Mire, esto es muy interesante. No creo haber
temido la locura, porque, primero, eché
mis miedos fuera a través de la literatura, es decir, escribí mi miedo a la
locura. Y, en segundo lugar, creo que tengo muchos puntos de contacto con aquellas personas que están
locas, pero creo que yo puedo...
Es algo en sí mismo interesante, creo que
puedo... no me gusta la palabra sublimar, pero, en fin, creo que puedo
simplemente pasar mi locura a... tal vez a otra gente
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