VERSOTERAPIA

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2007

LITERATURA Y MEDICINA

LITERATURA Y MEDICINA
LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA : LITERATURA Y MEDICINA

VERSOTERAPIA

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sábado, 14 de agosto de 2021

SINUHÉ, EL EGIPCIO

 


 

SINUHÉ, EL EGIPCIO

 

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

Sinuhé , el egipcio (1945) del escritor finlandés Mika Waltari (1908-1979) es una de las mejores y amenas maneras de conocer parte de la historia de la Antigüedad a través de las peripecias, viajes (Babilonia, la Creta Minoica, entre los hititas y otros pueblos vecinos) y ejercicio de la profesión de un médico, Sinuhé, y su compañero Kaptah.

Se hace un recorrido ficticio por el mandato de Akenatón( décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto, 1353-1336 a. C), su dios sol (Amón) , el monoteísmo, la mitología de algunos pueblos antiguos, las locuras del amor(Sinuhé ´pierde la cabeza y sus propiedades por una mujer), el exilio, los embalsamamientos (Casas de la muerte), la práctica médica (Casas de la vida) con descripciones de enfermedades (epilepsía del faraón)  y tratamientos (trepanaciones).

En algún momento Kaptah es coronado faraón por un día durante el cual gobierna y toma decisiones tribunalicias, momento que recuerda a Sancho y su Barataria.

 

 

1

El eterno retorno:

En su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el cocodrilo del río. Su corazón es más duro que la piedra. Su vanidad, más ligera que el polvo de los caminos. Sumérgelo en el río; una vez secas sus vestiduras será el mismo de antes. Sumérgelo en el dolor y la decepción; cuando salga será el mismo de antes. He visto muchos cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el hombre no ha cambiado. Hay también gentes que dicen que lo que ocurre nunca es semejante a lo que ocurrió; pero esto no son más que vanas palabras.

Yo, Sinuhé, he visto a un hijo asesinar a su padre en la esquina de la calle. He visto a los pobres levantarse contra los ricos, los dioses contra los dioses.

He visto a un hombre que había bebido vino en copas de oro inclinarse sobre el río para beber agua con la mano. Los que habían pesado el oro mendigaban por las callejuelas, y sus mujeres, para procurar pan a sus hijos, se vendían por un brazalete de cobre a negros pintarrajeados.

No ha ocurrido, pues, nada nuevo ante mis ojos, pero todo lo que ha sucedido acaecerá también en el porvenir. Lo mismo que el hombre no ha cambiado hasta ahora, tampoco cambiará en el porvenir. Los que me sigan serán semejantes a los que me han precedido. ¿Cómo podrían, pues, comprender mi ciencia? ¿Por qué desearía yo que leyesen mis palabras?

2

La vejez tiene cenizas en la garganta:

 

Muchacho, goza de tu juventud,

porque la vejez tiene ceniza en la garganta

y el cuerpo embalsamado

no se ríe en la sombra de su tumba.

3

Saber es entrar al dolor.

4

El rico no es el que posee oro y plata, sino el que se contenta con poco.

5

¿Nuestro nombre marca nuestro destino?:

Pero no era más que un producto de su imaginación infantil, y esperaba que sabría huir de los peligros para evitar los fracasos. Por esto me llamó Sinuhé. Pero los sacerdotes de Amón decían que era un presagio. Pero la idea de la buena Kipa al bautizarme así no es más infantil que imaginarse que el nombre ejerce alguna influencia sobre el destino del hombre. Mi suerte hubiera sido la misma si me hubiese llamado Kepru, Kafrán o Mosé, estoy convencido.

6

Cada cual busca en sus creencias un consuelo a las contrariedades y reveses de la vida.

7

Al aproximase la vejez, mi espíritu goza volando como un pájaro hacia los días de mi infancia. En mi memoria mi infancia brilla con un resplandor como si entonces todo hubiese sido mejor y más bello que ahora.

7

Sobre el vino:

El vino es un don de los dioses si se usa con moderación. Un vaso no hace daño a nadie, dos hacen un charlatán, pero quien vacía la jarra entera se despierta en el arroyo desnudo y lleno de contusiones.

8

Medicina:

Desde mi infancia mi padre me permitió asistir a sus consultas. Me mostró sus instrumentos, sus cuchillos y sus botes de medicinas, explicándome cómo utilizarlos. Mientras examinaba a un enfermo, yo permanecía a su lado tendiéndole una taza de agua, vendajes, ungüentos o vinos. Mi madre, como todas las mujeres, no podía ver los abscesos y las heridas Y jamás aprobó mi infantil interés por las enfermedades. Un chiquillo no comprende los dolores ni los sufrimientos hasta haberlos experimentado. Abrir un absceso era para mí una operación apasionante y hablaba con orgullo a los demás chiquillos de todo lo que había visto, para suscitar su admiración. En cuanto llegaba un enfermo, seguía atentamente los ademanes y preguntas de mi padre hasta el momento en que decía: «La enfermedad es curable». O bien: «Voy a cuidarlo». Pero había también casos en que no creía que pudiese sanar; en este caso escribía unas palabras sobre un trozo de papiro y mandaba al enfermo a la Casa de la Vida, en el templo. Después lanzaba un suspiro, movía la cabeza y exclamaba: «¡Pobre hombre!».

9

El cráneo humano, sin hablar de la garganta y las orejas que requieren los cuidados de un especialista, era a su juicio la cosa más difícil de aprender; por esto lo había elegido.

10

El trepanador real:

No creáis una palabra, hijos míos —dijo mi padre—. Estoy orgulloso de mi amigo Ptahor, trepanador real, que es el hombre más eminente en su ramo. ¿Cómo no recordar sus maravillosas trepanaciones que salvaron la vida de tantos nobles y villanos y suscitaron un asombro general? Expulsa los malos espíritus que enloquecen a las gentes y extrae de los cerebros los huevos redondos de las enfermedades. Sus clientes reconocidos lo han colmado de oro.

11

Importancia de un médico:

Porque nada, es más grande que un verdadero médico. Delante de él el faraón está desnudo y el hombre más rico es igual que el más pobre.

12

Una trepanación:

—Tengo que probar la seguridad de mis manos —dijo Ptahor—.Empezaremos trepanando por aquí dos cráneos a fin de ver cómo lo hago.

Tenía los ojos cansados y sus manos temblaban un poco. Entramos en la sala de los incurables, los paralíticos y los heridos en la cabeza. Ptahor examinó algunos cráneos y eligió a un viejo para quien la muerte sería una liberación, y un robusto esclavo que no podía hablar ni mover los miembros a causa de una herida de piedra que había recibido durante una pelea. Se les dio un anestésico y fueron llevados a la sala de operaciones. Ptahor limpió él mismo sus instrumentos y los pasó por la llama.

Mi tarea consistió en afeitar la cabeza de los dos enfermos. Después de esto limpiamos la cabeza y la lavamos, untamos la piel con una pomada y Ptahor pudo ponerse al trabajo. Comenzó por hendir el cuero cabelludo del viejo y separarlo a los lados sin inquietarse ante la intensa hemorragia; después, con movimientos rápidos, perforó el hueso desnudo haciendo un agujero con el trépano y sacó un trozo de hueso. El viejo comenzó a jadear y su rostro se puso de color violeta.

—No veo ningún defecto en su cabeza —dijo Ptahor volviendo a colocar el hueso en su sitio y vendando la cabeza después de haberla recosido. Después de lo cual el viejo entregó su alma.

—Mi mano tiembla un poco —dijo Ptahor—. ¿Alguien más joven que yo

iría a buscarme una copa de vino? Entre los espectadores se encontraban, además de los maestros de la Casa de la Vida, numerosos estudiantes que se preparaban para ser trepanadores. Una vez hubo bebido su vino, Ptahor se ocupó del esclavo que, sólidamente amarrado, lanzaba miradas enfurecidas, pese al estupefaciente que había tomado. Ptahor ordenó que lo atasen más sólidamente todavía y que colocasen su cabeza sobre un soporte especial a fin de que no pudiese moverse. Cortó el cuero cabelludo y esta vez evitó cuidadosamente la hemorragia. Las venas del borde de la herida fueron cauterizadas y la efusión de sangre fue parada por medio de medicamentos. Esto fue el trabajo de los demás médicos, porque Ptahor quería evitar cansarse las manos. En realidad, existía en la Casa de la Vida un hombre inculto cuya sola presencia bastaba para detener al instante una hemorragia, pero Ptahor quería hacer un curso y se reservaba el hombre para el faraón. Después de haber limpiado el cráneo, Ptahor mostró a todos los asistentes el sitio donde el hueso había sido hundido. Utilizando el trépano, la sierra y las pinzas, levantó un trozo de hueso grande como la mano y mostró a todo el mundo cómo la sangre coagulada se había adherido a los pliegues blancos del cerebro. Con una prudencia extremada, retiró los coágulos de sangre uno a uno y una esquirla de hueso que había penetrado en el cerebro. La operación fue bastante larga, de manera que cada estudiante tuvo tiempo de mirar bien y grabar en su memoria el aspecto exterior de un cerebro vivo. En seguida Ptahor cerró el agujero con una placa de plata que se había preparado, entretanto, con el modelo del hueso retirado y la fijó con pequeños garfios. Después de haber recosido la piel del cráneo y cuidado la herida, dijo:

—Despertad a este hombre.

En efecto, casi había perdido el conocimiento. Se desató al esclavo, le vertieron vino en la garganta y se le hizo respirar algunos medicamentos fuertes. Al cabo de un instante se sentó y empezó a lanzar maldiciones. Era un milagro increíble para el que no lo hubiese visto con sus propios ojos, porque antes de la operación el hombre no podía hablar ni mover sus miembros. Esta vez no tuve que preguntarme por qué, ya que Ptahor explicó que el hueso hundido y la sangre vertida en el cerebro habían producido aquellos síntomas visibles.

—Si no muere en el plazo de tres días podrá considerársele curado —dijo Ptahor—, y dentro de dos semanas podrá darle una paliza al hombre que le fracturó el cráneo. No creo que muera.

Después dio las gracias a todos los que habían asistido y mencionó incluso mi nombre, a pesar de que no hubiese hecho más que tenderle los instrumentos que necesitaba. Pero yo no había adivinado su intención al encargarme esta tarea; al confiarme su caja de ébano, me designaba para ser su ayudante en el palacio del faraón. Durante dos operaciones yo le había tendido los instrumentos; era, por consiguiente, un especialista que le haría mucho más servicio que cualquiera de los médicos reales al asistirlo en una trepanación.

13

Un ataque epiléptico:

Acabó sentándose sobre la arena y con tono temeroso dijo: —Cógeme las manos, Sinuhé, porque tiemblan y mi corazón late con fuerza. El instante se acerca, porque el mundo está desierto y no hay en él más que tú y yo, pero no podrás seguirme adonde voy. Y, sin embargo, no quiero quedarme solo.

Lo cogí por las muñecas y sentí que todo su cuerpo temblaba y estaba cubierto de un sudor frío. El mundo desierto a nuestro alrededor y a lo lejos un chacal comenzó a aullar a la muerte. Las estrellas palidecían lentamente y todo el ambiente se volvía gris como la muerte. Súbitamente el heredero liberó sus manos, se levantó y volvió el rostro hacia las colinas de Levante.

—¡El dios viene! —dijo en voz baja. Y su rostro adquirió una expresión enfermiza—. ¡El dios viene! —gritó en el desierto.

Y la luz brotó alrededor de nosotros incendiando y dorando las montañas. El sol se levantó y el muchacho lanzó un grito y se desvaneció. Pero sus miembros se agitaban todavía, su boca se abrió y sus pies golpeaban la arena. Yo no sentía miedo porque había oído ya estos gritos en la Casa de la Vida y sabía lo que había que hacer. No tenía ningún trozo de madera que ponerle entre los dientes, pero desgarré mi delantal y se lo metí en la boca; después le hice masaje en los miembros. Sabía que se sentiría enfermo y confuso al recobrar el conocimiento y miraba a mi alrededor en busca de ayuda. Pero Tebas estaba lejos y no veía la menor cabaña por los alrededores. En el mismo instante un halcón voló cerca de mí lanzando gritos. Parecía salir directamente de los rayos brillantes del sol y describió un gran círculo alrededor de nosotros. Después descendió como si hubiese querido posarse sobre la cabeza del heredero. Me sentí tan sobrecogido que hice instintivamente el signo sagrado de Amón. Acaso el príncipe hubiese pensado en Horus al hablarme de su dios y éste se nos aparecía bajo la forma de un halcón. El heredero gemía y yo me incliné para cuidarle. Cuando volví a levantar la cabeza vi que el pájaro se había transformado en un hombre joven que estaba de pie delante de mí, bello como un dios bajo los rayos del sol. Llevaba una lanza en la mano y sobre el hombro la tosca ropa de los pobres. Yo no creía realmente en los dioses, pero por si acaso me prosterné delante de él.

—¿Qué ocurre? —preguntó en el dialecto del bajo país, mostrándome al heredero—. ¿Está enfermo?

Yo sentí vergüenza y me puse de rodillas saludándolo.

—Si eres un bandido tu botín será mezquino, pero este muchacho está enfermo y los dioses te bendecirán quizá si nos prestas ayuda.

Lanzó un grito violento y en el acto un halcón bajó del cielo posándose sobre su hombro. Yo me dije que era mejor ser prudente por si acaso era un dios, aun cuando fuese un dios menor. Por esto le hablé cortésmente y le pregunté quién era, de dónde venía y adónde iba.

—Soy Horemheb, hijo del halcón —dijo con orgullo—. Mis padres son simples fabricantes de quesos, pero me han predicho desde mi nacimiento que mandaría a muchos hombres. El halcón volaba delante de mí, por esto he venido aquí no habiendo encontrado albergue en la villa. Los habitantes de Tebas temen la lanza después de la caída de la noche. Pero me propongo alistarme como soldado, porque dicen que el faraón está enfermo y necesitará brazos sólidos para protegerle.

Su cuerpo era bello como el de un león joven y su mirada penetrante como una flecha alada. Pensé con cierta envidia en que más de una mujer le diría:

«Bello muchacho, ¿quieres divertir mi soledad?».

El heredero del trono lanzó un gemido, se pasó la mano por el rostro y movió los pies. Le quité la mordaza de la boca y hubiera querido tener agua para darle. Horemheb lo observaba todo con curiosidad y preguntó fríamente:—¿Va a morir?

—No, no morirá —dije yo con impaciencia—. Sufre del mal sagrado.

14

El amor de las mujeres y los gatos:

Podrás pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho si esto puede calmarte, pero debes antes escucharme y saber que la mujer es como el gato y la pasión es como un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verdaderamente, la mujer es como el gato, porque también el gato goza atormentando a su víctima y haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás de este juego. Una vez paralizada su víctima, la devora y busca otra. Te cuento esto para ser franca contigo, porque no quisiera hacerte daño. No, en verdad, no quisiera hacerte el menor daño —repitió.

15

Medicina en siria:

 

Al decir que en Siria todo ocurre de forma distinta que, en Egipto, entiendo también que el médico debe ir él mismo en busca del enfermo y que éstos no llaman al médico, sino que toman el que va a su casa, porque imaginan que ha sido llamado por los dioses. Dan el regalo al médico antes y no después de la curación, lo cual es favorable a los médicos, porque un enfermo curado olvida el reconocimiento. Es también costumbre que los nobles y los ricos tengan un médico titular a quien hacen regalos mientras gozan de buena salud, pero una vez enfermos no le dan nada hasta que están curados.

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Me decidió también a ir a ver los mejores médicos de Simyra y decirles:

-Soy el médico egipcio Sinuhé, a quien el faraón ha dado el nombre de «El que es solitario», y gozo de gran reputación en mi país. Despierto a los muertos doy vista a los ciegos si mi dios lo quiere, porque llevo en mi bagaje un dios muy poderoso. Pero la ciencia no es la misma por todas partes ni las enfermedades tampoco. Por esto he venido a vuestra villa para estudiar las enfermedades y curarlas, y aprovecharme de vuestra ciencia y vuestro saber. No es mi intención entorpeceros en la práctica de vuestra profesión, porque, ¿quién soy yo para rivalizar con vosotros? El oro es como el polvo para mis pies, y así os propongo que me mandéis a los enfermos que hayan incurrido en la cólera de vuestros dioses y por esta razón vosotros no podéis curar, y sobre todo aquellos que necesiten la intervención del cuchillo, que vosotros no empleáis, a fin de que vea si mi dios puede curarlos. Si lo consigo os daré la mitad del regalo que reciba, porque en realidad no he venido aquí a amasar oro, sino saber. Y si no los curo, no querré recibir regalo alguno.

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Eres ciertamente joven, pero tu dios te ha concedido la cordura, porque tus palabras son agradables a mis oídos, sobre todo lo que dices respecto al oro y los regalos. Tu proposición respecto a las operaciones con el cuchillo nos conviene también, porque al cuidar un enfermo no recurrimos nunca al cuchillo, porque un enfermo tratado de esta forma muere más seguramente que si no ha sido operado. Lo único que te pedimos es que no cures a la gente por magia, porque nuestra magia es muy poderosa y en este terreno la concurrencia es ya muy exagerada en Siria y otras villas del litoral.

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Lo que decían de la magia era verdad, porque por las calles circulaban gran número de hombres ignorantes que no sabían escribir y prometían curar a los enfermos por medio de la magia y vivían opulentamente a costa de los crédulos hasta que sus clientes se morían o estaban curados. También sobre este punto diferían de Egipto, donde, como todo el mundo sabe, la magia no se practica más que en los templos, por medio de los sacerdotes de grado superior, de manera que todos los demás que curan deben trabajar en secreto y bajo la amenaza de un severo castigo.

El resultado fue que vi acudir a mí enfermos que los demás médicos no habían podido curar y yo los sanaba, pero a los incurables volvía a mandarlos a los médicos de Simyra. Iba a buscar el fuego sagrado al templo de Amón para purificarme según está mandado y en seguida me arriesgaba a utilizar el cuchillo y realizar operaciones que maravillaban a mis colegas de Simyra.

Tratamiento de cataratas:

Conseguí también devolver la vista a un ciego que había sido tratado en vano por los médicos y los hechiceros con un bálsamo hecho con saliva y polvo. Pero yo lo curé con una aguja, a la moda egipcia, y este caso me valió una inmensa reputación, pese a que el enfermo perdiese la vista poco después, porque estas curaciones son de corta duración.

Obesidad y otras enfermedades:

Los mercaderes y los ricos de Simyra llevan una existencia de pereza y de lujo y son más gordos que los egipcios, pero sufren de asma y dolor de estómago. Yo los trataba con el cuchillo de manera que su sangre corría como la de un cerdo cebado, y cuando mi provisión de medicamentos tocó a su fin me felicité por haber aprendido a recoger las hierbas medicinales los días propicios según la luna y las estrellas, porque sobre este punto el saber de los médicos sirios era tan insuficiente que no me fiaba de sus remedios. A la gente obesa les daba drogas que calmaban sus dolores de estómago y les evitaba sofocarse. Les vendía estos remedios muy caros, a cada cual, según su fortuna, y no tuve conflicto con nadie porque hacía regalos a los médicos.

16

Sólo los dioses curan las heridas de la cabeza.

17

Un poema al dios del sol:

 

Tu aparición es bella en el horizonte del cielo

¡oh, vivo Atón, príncipe de vida!

Cuando te levantas en el horizonte oriental del cielo,

llenas los países con tu beldad,

porque eres bello, grande, resplandeciente,

elevado sobre la tierra. Tus rayos envuelven los países

y cuanto has creado.

Los encadenas con tu amor;

aunque estés alejado,

tus rayos caen sobre la tierra;

aunque residas en el cielo,

las huellas de tus pasos son el día.

18

La medicina en Mitanni*:

 

Su medicina estaba también a un alto nivel y sus médicos eran hábiles; conocían su profesión y sabían muchas cosas que yo ignoraba. Así fue como me dieron un vermífugo que causaba menos dolores y menos inconvenientes que los otros que yo conocía. Sabían también devolver la vista a los ciegos con las agujas y yo les enseñé a manejarlas mejor. Pero ignoraban completamente la trepanación y no creían lo que yo les decía; pretendían que sólo los dioses podían curar las heridas de la cabeza, y si los dioses las curan, los enfermos no recobran nunca su estado anterior, de manera que era mejor que se muriesen.

* Mitanni o Mitani fue el nombre de un antiguo reino ubicado en el norte de la actual Siria, también conocido como Naharina. Se puede considerar que el reino Mitanni existe desde antes del 1500 a. C

19

El dolor de muelas del rey de Babilonia:

Entonces el anciano se lamentó y, golpeando el suelo con su frente, dijo:

—Oh, dueño de los cuatro continentes, lo hemos hecho todo para curarte y hemos sacrificado mandíbulas y barbillas en el templo para expulsar el diablo que se ha ocultado en el fondo de tu boca; hemos hecho redoblar el tambor y sonar las trompetas y hemos danzado con vestiduras rojas para exorcizar al demonio, y no hemos podido hacer nada más para curarte, porque no nos has permitido tocar tu barbilla sagrada. Y no creo que este cochino extranjero sea más competente que nosotros.

Pero yo dije:

—Soy Sinuhé el egipcio, el que es solitario, el Hijo de Onagro, y no tengo que examinarte para ver que uno de tus molares ha infectado tu boca, porque no te lo has limpiado o hecho arrancar, según los consejos de tus médicos. Esta es una enfermedad de niños y perezosos, y no digna del dueño de los cuatro continentes, delante del cual los pueblos tiemblan y, por lo que veo, el león inclina la cabeza. Pero sé que tu dolor es grande y por esto quiero ayudarte.

El rey conservaba la mano sobre la mejilla y dijo:

—Tus palabras son osadas, y si estuviese en buena salud te haría arrancar la lengua de la boca desvergonzada y reventar el estómago, pero no es ahora el momento; date prisa en curarme y mi recompensa será grande. Pero si me haces daño te haré matar en el acto.

—Tengo menos dolor; no te acerques a mí con tus pinzas y tus cuchillos.

Pero mi voluntad era más fuerte que la suya y le hice abrir la boca manteniendo sólidamente su cabeza bajo mi brazo y pinché el absceso con un cuchillo purificado a la llama del fuego traído por Kaptah. No era, en realidad, el fuego sagrado de Amón, porque Kaptah lo había dejado apagar por descuido durante el viaje por el río, pero había vuelto a encender otro en presencia del escarabajo, y en su locura lo creía tan poderoso como el de Amón.

Tus dolores han desaparecido, pero seguramente volverás a tenerlos si no te haces arrancar la muela que los causa. Por eso debes ordenar a tu dentista que te la arranque así haya desaparecido la hinchazón de tu mejilla.

17

Faraón de pacotilla:

En el libro seis cuando el ayudante de Sinuhé ,Kaptah, es elegido rey en Babilonia por un día nos recuerda al episodio de Sancho y su gobierno en Barataria, específicamente cuando administró justicia:

Los acólitos del faraón agarraron a Kaptah y poniéndole los hábitos reales le forzaron a tomar los emblemas del poder y lo instalaron en el trono y, postrándose delante de él, besaron el suelo a sus pies. El primero en arrastrarse hacia él fue Burraburiash, desnudo como un gusano, que gritó:

-—Queremos ver la prudencia del rey para estar seguros de que es realmente nuestro rey y que conoce las leyes. Así fue como Kaptah fue izado en el trono de la justicia y le pusieron en la mano los emblemas, el látigo y las esposas y se invitó al pueblo a presentarse y exponer sus asuntos al rey. El primero que se arrojó a los pies de Kaptah fue un hombre que había desgarrado sus vestiduras y se había derramado ceniza sobre los cabellos. Se postró llorando y gritando a los pies de Kaptah y dijo:

—Nadie tiene la sabiduría de nuestro rey, dueño de los cuatro continentes. Por esto invoco su justicia y he aquí el asunto que me trae. Tengo una mujer que tomé hace cuatro años y no tenemos hijos, pero ahora está embarazada. Ayer me enteré de que mi mujer me engañaba con un soldado; los he sorprendido en flagrante delito…

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—Cada año se elige este día al hombre más bestia de Babilonia y puede reinar todo un día desde el alba hasta la puesta del sol y con todo el poderío del rey, y el rey ha de obedecerle. Y jamás he visto a un rey más divertido que Kaptah, a quien he designado yo mismo a causa de su comicidad.

Nota : Cuando trabajé en las brigadas estudiantiles en Siberia se celebraba el día del Constructor. En ese día estaba permitido un “golpe de estado” y se elegía un rey de los estudiantes por un día. En realidad, era una comedia, una parodia para relajarse, reír y beber. ¿Tendrá sus orígenes esta bufonada teatral estudiantil en los pueblos de la Antigüedad?

18

Hepatoscopia:

-Al cabo de dos semanas encontré en la torre de Marduk a los médicos reales y sacrificamos juntos un cordero, del que los médicos examinaron el hígado para leer los presagios, porque en Babilonia los sacerdotes leen en el hígado de las víctimas y hallan en él cosas que la demás gente ignora.

-Estudié también el hígado de los corderos y tomé nota asimismo de los informes que me dieron los sacerdotes de Marduk sobre el vuelo de los pájaros, a fin de poder sacar de ellos las enseñanzas durante mis viajes. Consagré también mucho tiempo a hacerles verter aceite sobre el agua y explicarme las imágenes que se formaban en la superficie, pero este arte me

inspiró menos confianza, porque los dibujos eran siempre diferentes y para explicarlos no era necesaria mucha ciencia, sino especialmente mucha ligereza de lengua.

19

Otro ataque epiléptico de Akenatón:

Pero el faraón se tapó el rostro con las manos y tembló de miedo, y les habló de Atón. Y entonces se burlaron de él y lo injuriaron diciéndole:

—Ya sabemos que has mandado una cruz de vida a nuestros enemigos. Han prendido esta cruz del pecho de sus caballos y en Jerusalén han cortado los pies de tus sacerdotes y los han hecho bailar así en honor a tu dios. Entonces Akenatón lanzó un grito terrible y el mal sagrado se apoderó de él y rodó por la terraza perdiendo el conocimiento.

20

Los deseos:

El hombre debería reflexionar sobre los votos que emite en voz alta, porque los deseos así formulados tienen una enojosa tendencia a realizarse, y se realizan muy fácilmente si tienden al mal de nuestro prójimo. Cuando se desea algún mal a alguien, este deseo se realiza mucho más fácilmente que si se le desea bien.

21

La vida y la muerte:

El viaje hasta Menfis fue pesado y yo permanecía echado sobre cubierta, mientras las oriflamas del faraón flotaban sobre mi cabeza y yo veía los cañaverales del río y los ánades y me decía: «¿Acaso todo esto vale la pena de ser visto y vivido?». Y decía también: «El sol es ardiente y las moscas pican y la alegría humana es mínima al lado de las penas. El ojo se cansa de ver, los ruidos y las vanas palabras fatigan el oído, y el corazón sueña demasiado para ser feliz». Así calmaba mi corazón durante el viaje y comí los buenos platos preparados por el cocinero real y bebí vino, y al final la muerte no era más que un viejo amigo sin nada espantoso, mientras la vida era peor que la muerte,  con todos sus tormentos, y la vida era como una ceniza caliente y la muerte como una onda fresca.

 

 

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