LAS
GEÓRGICAS
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
Las
Geórgicas ( 29 a. C.) de Virgilio sigue el
tema de Las Bucólica en cuatro libros: la vida del campo, y más específicamente
todo lo referente a la agricultura. Los trabajos y los días de Hesíodo
inspiraron a Virgilio. Virgilio escribió esta obra durante siete años .
Etimológicamente
la palabra proviene del griego “Georgiká”
(Cultivo de la tierra”, Geo: tierra). De allí el nombre Jorge ( Yuri, Igor: Labrador)
.
Los
temas fundamentales son la tierra y su cultivo, las uvas como fuente de los
exquisitos vinos, la ganadería y las abejas que nos proporcionan su dulce
néctar. Los dioses relacionados con el campo( “El mismo Júpiter quiso que no
fuese sencillo el procedimiento del cultivo y fue el primero que, impulsando
con cuidados los espíritus de los hombres, determinó el arte de la agricultura
y no consintió que sus reinos se estancasen en la indolente pereza”, la vida
feliz de los labradores (“La labranza es un arte divino.”),
“Las
Geórgicas es un tratado de agricultura o de ganadería de carácter doctrinario,
una erudita y abundante colección de datos muy apreciados por sus mismos
contemporáneos y por las generaciones posteriores, que vieron en las Geórgicas
una obra de utilidad práctica para la explotación agropecuaria del campo, en
manos de un diligente labrador”. (J. L. Vidal)
I
LIBRO
I:
Sobre
los dioses protectores de la agricultura , las tierras y sus cultivos, el
origen de la agricultura, los instrumentos de labranza, mejores tiempos para
sembrar, la contemplación del cielo para precisar el pronóstico climático,
sobre César y Octavio.
[Cómo
se producen lozanas mieses, bajo cuál astro conviene, ¡oh Mecenas!, labrar la
tierra y enlazar las vides con los olmos, que cuidados reclaman los bueyes, qué
afanes los ganados, cuánta industria exigen las guardosas abejas empezaré desde
ahora a cantar. ¡Oh clarísimas lumbreras del mundo, que regís el orden con que
las estaciones se van deslizando del cielo! ¡Oh Baco y oh alma Ceres, si por
merced vuestra la tierra trocó la bellota caonia por la fecunda espiga y mezcló
las aguas del Aqueloo al jugo de las uvas recién descubiertas! ¡Oh Faunos,
númenes propicios a los labradores, venid a mí, y venid también con ellos
vosotras, oh vírgenes Dríadas! ¡Yo canto vuestros dones!]
1
Mas,
antes de romper con la reja un campo desconocido, conviene informarse de los
vientos y de las varias influencias del cielo a que está expuesto, de los
cultivos usados en el país y de las propiedades del terreno, y de cuáles frutos
produce y cuáles rechaza la comarca.
2
Fácil es, sin embargo, labrar la tierra todos
los años, cuidando de darle en abundancia pingüe abono y cubriendo de inmunda
ceniza las hazas exhaustas. Así también se logra que descansen las tierras, alternando
las simientes, sin que sean tampoco del todo inútiles mientras se las deja de
barbecho.
3
También
a veces conviene prender fuego a los campos estériles y quemar los rastrojos
con ruidosas llamaradas, ya sea porque con esto recibe la tierra ocultas
fuerzas y pingüe sustancia, ya porque todo el vicio que tiene se le cuece con
el fuego, y expele así la inútil humedad, o bien porque aquel calor le abra
nuevos conductos y respiraderos, antes cegados, por donde pase el jugo a las
nuevas mieses, o ya, en fin, porque la endurezca más y comprima sus grietas, de
manera que ni las menudas lluvias, ni la fuerza, todavía más destructora, del
ardiente sol, ni el penetrante frío del Bóreas puedan abrasarla.
4
Cuando
las frías lluvias retienen en su choza al labrador es cuando debe prevenir
despacio una multitud de cosas que en los días serenos hubiera tenido que hacer
con prisa.
5
En
el rigor de los fríos es cuando por lo común los labradores disfrutan de lo que
han allegado y cuando se convidan mutuamente a alegres festines; a ello los
brinda el genial invierno, que ahuyenta los cuidados; así, cuando ya tocan el
puerto las cargadas naves, ornan sus popas con coronas los alborozados
marineros. Es, sin embargo, entonces la época de coger la bellota y las bayas
del laurel, la aceituna y el fruto del mirto de color de sangre. Entonces se
cazan las grullas con lazos y los ciervos con redes, y se corren las orejudas
liebres; entonces, cuando la sierra está cubierta de altas nieves, cuando los
ríos arrastran hielos, es la ocasión de matar corzos con los disparos de la
estoposa honda balear.
[Tiempo
ha ya, ¡oh César!, que la mansión de los dioses te envidia a nosotros y se
queja de que tengas en mucho los honores triunfales que te dan los hombres.
Aquí
el Éufrates, allí la Germania, nos mueven guerra: las ciudades comarcanas,
rotos los pactos, hacen armas unas contra otras; por todo el orbe derrama sus
furores el impío Marte; tal, cuando se lanzan de la barrera las cuadrigas,
cobran en el circo nuevo brío, y tirando en vano de las riendas, el auriga se
ve arrebatado por los caballos y el carro no obedece al freno.]
LIBRO
II
Contiene
siete partes :sobre los árboles, sus cuidados, los mejores lugares para
sembrar, los terrenos para sembrar, las uvas, elogio de la vida campestre.
[Hasta
aquí he cantado el cultivo de los campos y el influjo de los astros; ahora, ¡oh
Baco!, te cantaré a ti, y contigo los silvestres arbolados y los tardíos
renuevos del olivo. Asísteme, ¡oh padre Leneo! Todo aquí está lleno de tus
dones; por ti florece el campo cuajado de pámpanos otoñales y la vendimia
rebosa en las henchidas tinajas. Asísteme, ¡oh padre Leneo!, y depuestos los
coturnos, tiñe conmigo las desnudas piernas en el nuevo mosto. Ante todo, diré
que los árboles se producen de varias maneras, porque unos, sin auxilio del
hombre, brotan espontáneamente y cubren en grande extensión los campos y las
corvas márgenes de los ríos, como los tiernos mimbres, las flexibles retamas,
los álamos y los sauces, coronados de blanquecina verdura.]
1
Y
muchas veces vemos las ramas de un árbol convertirse sin daño en ramas de otro;
vemos a los manzanos injertos producir peras transformadas, y al duro cornejo
enrojecerse con ciruelas. Por lo cual, ¡oh labradores!, trabajad y aprended los
cultivos propios a cada especie y domad a fuerza de cultivo la aspereza de los
frutos silvestres.
Hay
más de un modo de injertar los árboles y de introducir en ellos las yemas de
otros. En aquella parte en que éstas brotan, en medio de la corteza, y cuando
rompen sus tenues películas, se hace en el mismo nudo una incisión, y por ella
se introduce el pimpollo de otro árbol, que prende y crece en aquella húmeda
corteza interior, o bien se sajan los troncos lisos y se abre desde arriba una
raja en lo sólido con cuñas, por donde penetran feraces renuevos, y no pasa
mucho tiempo sin que levante hacia el cielo un robusto árbol sus fructíferas
ramas, asombrado de su nuevo follaje y de sus ajenos frutos.
2
No
aspiro a abarcar todas las cosas en mis versos; no lo lograra aun cuando
tuviera cien lenguas y cien bocas y una voz de hierro; ven y costea esta
primera orilla; no nos apartaremos un punto de ella; no te cansaré ni con
ficciones, ni con rodeos, ni con largos exordios.
3
El
olivo nace mejor de sus troncos, las vides de los mugrones y el laurel de Pafos
de su propia recia madera; lo mismo nacen los duros avellanos y el corpulento
fresno, y el umbroso árbol de que hizo Hércules su corona, y las encinas del
dios de Caonia, y lo mismo la erguida palma y el abeto, destinado a correr los
azares del mar.
4
El
labrador ara la tierra con la corva reja. Éste es su trabajo de todo el año;
con él sostiene a su patria y a sus pequeñuelos hijos, y a sus ganados y a sus
yuntas, que lo merecen bien. No sosiega hasta que el año rebosa en frutos, o en
nuevas crías de sus ganados, o en gavillas de trigo; no sosiega hasta que ve
los sulcos abrumados bajo el peso de la mies e insuficientes para ellas su
trojes.
5
¡Oh Musas, dulces para mí sobre todas las
cosas, a quienes rindo culto con gran amor!, acogedme en vuestro regazo y
mostradme las sendas del cielo y el curso de las estrellas, y los varios
eclipses del sol y los giros de la luna; cuál sea la causa de los terremotos,
por qué fuerza se hinchan los profundos mares, rompiendo sus barreras, y luego
vuelven a su primer sosiego; por qué los soles invernales se dan tanta prisa en
sumirse en el Océano, y por qué son tan tardías las noches de verano. Mas si la
sangre ya fría que circuye mis entrañas impide que pueda sondar estos misterios
de la naturaleza, plázcanme los campos y los arroyos que riegan los valles;
contento en mi oscuridad, deléitenme los ríos y las selvas.
[También
él celebra los días festivos, y tendido en la hierba, rodeado de sus compañeros
con la copa henchida, puesta en medio la lumbre, te invoca, ¡oh Leneo!,
ofreciéndote libaciones, y ya suspende de un olmo el blanco para que ejerciten
en el tiro los zagales, que ya desnudan para la lucha sus fornidos cuerpos.
Esta vida hacían en otro tiempo los antiguos Sabinos; así vivían Remo y su
hermano, así creció la fuerte Etruria, así sin duda llegó a ser Roma la más
hermosa de las ciudades, y, única en el mundo, se rodeó de siete colinas. Aun
antes del reinado de Dicteo , antes que el impío linaje de los hombres se
sustentase con la carne de los degollados novillos, esta vida hacía en la
tierra el áureo Saturno. No se oían entonces resonar los bélicos clarines ni
rechinar las espadas puestas en los duros yunques. Pero ya he recorrido harto
espacio, y ya es tiempo de desatar los humeantes cuellos de mis caballos.]
LIBRO
III
Sobre
el ganado y sus dioses protectores. Habla de Octavio y Mecenas. Luego escribe
sobre los animales: los toros, los caballos, las ovejas, las cabras, los
perros, las plagas que atacan el ganado, termina con la peste.
[También
os cantaré a ti, ¡oh poderosa Pales!, y a ti, ¡oh pastor de Anfriso, digno de
eterna memoria!, y a vosotras, ¡oh selvas y ríos del Liceo! Todas las fábulas
poéticas, que algún día cautivaban los ánimos ociosos…]
1
La
Grecia entera, abandonando el Alfeo y los bosques de Molorco, acudirá, a mi
llamamiento. a disputar la palma de la carrera y de la lucha con el duro cesto;
ceñidas las sienes de hojas de oliva, yo distribuiré los premios. Ya me figuro
ver conducir al templo las solemnes pompas y los inmolados novillos; ya veo
abrirse la escena con sus cambiantes aspectos, y a los bretones descorrer el
purpúreo telón en que están representados.
2
¡Oh
Mecenas!, tu arduo mandato; sin ti, mi mente no acomete ninguna grande empresa.
3
Las
mejores vacas son las que tienen la mirada torva, la cabeza grande, la cerviz
muy gruesa, papadas que cuelgan desde el morro hasta las rodillas y el lomo muy
largo; ¡han de tener además todos !os miembros grandes y también la pezuña, y
orejas muy velludas bajo los enroscados cuernos.
4
Aquellas
gentes pasan la vida ociosas y seguras en cuevas subterráneas, donde encienden
grandes lumbradas con troncos enteros de robles y olmos; allí emplean la noche
en jugar y beber alegremente en vez de vino, copas llenas de un licor hecho con
levadura de cebada y manzanas agrias.
LIBRO
IV
Sobre
las abejas y la tragedia de Orfeo y Eurídice.
[Ahora
voy a proseguir cantando el celestial donde la aérea miel. Atiende también, ¡oh
Mecenas!, a esta parte de mi obra, en que diré asombrosos espectáculos de cosas
pequeñas, magnánimos caudillos, y referiré por su orden las costumbres, los
afanes de todo un linaje de seres, sus especies, sus batallas.]
1
Florezcan
en contorno las verdes alhucemas, el oloroso serpol y gran copia de muy
fragante ajedrea; abunden también allí las violetas con el mucho riego. En
cuanto a las colmenas, ya las formes de cortezas labradas, ya de flexibles
mimbres entretejidos, disponles angostas piqueras, porque el invierno con sus
fríos endurece la miel y el gran calor la derrite.
2
Cuando
en verano vieres un enjambre recién salido de su colmena, que surcando el
sereno éter se levanta al firmamento, y te maravilles de cómo se mece en las
auras formando una densa nube, obsérvalo bien; siempre las abejas van a buscar
aguas dulces y frondosas moradas; entonces, lo que debes hacer es desparramar
por el sitio a que se dirigen las hierbas cuyo sabor apetecen, la melisa majada
y la grama común de cerinto, y a más haz alrededor ruido de metales y bate los
címbalos de la madre Cibeles.
3
Así
como hay dos especies de reyes, así las hay también de abejas; unas son feas,
del color de la tierra, que escupe la reseca boca del sediento caminante
cubierto de polvo; las otras son muy hermosas y relucen como el oro; todo su
cuerpo está salpicado de pintas iguales. Esta casta es la que más aprovecha, de
esta obtendrás en determinada época del año dulce miel, y más que dulce, limpia
y a propósito para corregir la aspereza del vino.
4
Las
abejas son las únicas que tienen hijos comunes, que viven en sociedad y se
rigen por admirables leyes; las únicas que tienen patria y penates fijos; las
únicas que, previsoras del venidero invierno, trabajan en verano y previenen
repuesto en el centro de sus colmenas. Unas proveen al preciso sustento, y en
virtud de esta obligación, salen a trabajar al campo; otras, en lo interior de
las colmenas, asientan los primeros cimientos de los panales con el zumo del
narciso y el viscoso gluten de las cortezas, de donde suspenden la consistente
cera; otras sacan las crías, esperanza de la especie; otras labran la pura miel
y bañan con aquel líquido néctar las celdillas. Hay algunas a quienes toca en
suerte guardar la piquera, en cuyo cuidado alternan con el de observar las
lluvias y los nublados, o recibir la carga de las que llegan, o rechazar en
ordenada hueste a la holgazana turba de los zánganos.
5
A
las de más edad corresponde el cuidado de la colmena, fortalecer los panales y
fabricar las celdillas con artificio digno de Dédalo, tornan cansadas las más
jóvenes, ya muy entrada la noche, cargados de tomillo los pies; las plantas de
que indistintamente se apacientan son las flores del madroño y las de los
verdes sauces, la casia, el amarillo azafrán, la untuosa tila y el morado
jacinto.
ARISTEO,
EURÍDICE Y ORFEO.
Aristeo,
protector de las abejas, se enamora de Eurídice, esposa de Orfeo. Eurídice
muere durante la persecución que le hace Aristeo .En castigo se enferman sus
abejas y debe hacer sacrificio de animales para exculparse. Orfeo intenta
rescatarla del inframundo. Los dioses se lo permiten, siempre y cuando no vea
el rostro de su amada hasta salir a mundo de los vivos. Orfeo voltea y Eurídice
vuelve al inframundo.
[Perdonar
los espíritus infernales. Parose ya casi en los mismos límites de la tierra, y
olvidado, ¡ay!, del pacto y vencido del amor, miró a su Eurídice; con esto
fueron perdidos todos sus afanes y quedaron rotos los tratos del cruel tirano.
Tres veces retumbaron con fragor los lagos del averno. Y ella: "¿Qué
delirio, Orfeo mío— exclamó—; qué delirio me ha perdido, infeliz, y te ha
perdido a ti? Ya por segunda vez me arrastran al abismo los crueles hados; ya
el sueño de la muerte cubre mis llorosos ojos. ¡Adiós, adiós!, las profundas
tinieblas que me rodean me arrastran consigo, mientras que, ya no tuya, ¡ay!,
tiendo en vano hacia ti las débiles palmas." Dijo, y de pronto, cual leve
humo impulsado por las auras, se desvaneció ante los ojos de su amante, que en
vano pugnaba por asir la sombra fugitiva y decirle mil y mil cosas; no la
volvió más a ver, ni el barquero del Orco consintió que otra vez pasase el
mancebo la opuesta laguna. ¿Qué hacer? ¿Adónde ir habiéndole sido por dos veces
arrebatada su consorte? ¿Con qué llanto podría conmover a los dioses
infernales, con qué palabras a los númenes celestes? En tanto Eurídice, yerta
ya, iba bogando en la barca infernal por la laguna Estigia. Es fama que siete
meses enteros pasó él llorando bajo una altísima peña a la margen del solitario
Estrimón, y repitiendo sus desventuras en aquellas heladas cavernas, amansando
a los tigres y arrastrando tras sí las selvas con sus cantos. No de otra suerte,
la doliente Filomela lamenta entre las ramas de un álamo sus perdidos hijuelos,
que, puesto en acecho, le robó del nido, implumes todavía, el despiadado
labrador; llora ella toda la noche, y desde la rama en que se posa, repite sus
lastimeros trinos, llenando los vecinos bosques con sus desoladas quejas. Así
el mísero Orfeo: no hay ya amor, no hay ya himeneo que cautive su corazón; solo
con su dolor recorría las heladas regiones hiperbóreas, el nevado Tanais y los
campos del Rifeo, siempre cubiertos de escarchas, lamentando su arrebatada
Eurídice y los vanos dones de Dite.
Menospreciadas
de él, por efecto de aquel tan grande amor, las mujeres de los Cicones
despedazaron al mancebo en medio de los sacrificios de los dioses y de las
nocturnas orgías de Baco y esparcieron sus miembros por los campos, y aun
cuando ya el Hebro eagrio arrastraba entre sus ondas su cabeza, arrancada del
alabastrino cuello, todavía su voz, todavía su helada lengua iba clamando con
desfallecido aliento: ¡Oh Eurídice, oh mísera Eurídice!, y ¡Eurídice, Eurídice!
repetían en toda su extensión las márgenes del río." Esto dijo Proteo, y
de un salto se precipitó en el profundo mar, arremolinando con la cabeza, en su
caída, las espumantes olas. Acudió entonces Cirene, y dirigiéndose a su
atemorizado hijo (Aristeo): "Ahuyenta del pecho—le dijo—tus tristes
cuidados. Ya has oído los motivos de la peste que ha destruido tus ganados; por
eso, las Ninfas, con quienes Eurídice entonaba coros en las profundas selvas,
causaron la miserable destrucción de tus abejas. Tú ahora, suplicante, ve a
llevarles ofrendas y a venerarlas implorando paz; las Napeas son fáciles de
aplacar, y sin duda aceptarán tus votos y depondrán sus iras; mas antes quiero
decirte en qué manera has de invocar su auxilio. Elige cuatro excelentes toros,
los más hermosos entre todos los tuyos, que ahora están pastando en las cumbres
del verde Liceo, y otras tantas novillas, cuya cerviz no haya aún tocado la
coyunda; levanta en los altos templos de las diosas cuatro altares, degüella en
ellos las víctimas y ofréceles su sangre en holocausto, dejando los cuerpos
abandonados en la umbrosa floresta. Luego, cuando pasados nueve días empiece a
rayar la aurora, ofrece en sacrificio a Orfeo adormideras Leteas, da culto a
Eurídice, inmolando para aplacar sus manes una becerra; inmola también una
oveja negra, y vuelve luego a la selva." Cumplió al punto el mancebo los
mandatos de su madre. Fue a los templos de las Ninfas, levantó los altares que
le había prevenido y llevó a ellos cuatro hermosísimos toros y otras tantas
novillas, cuya cerviz no había aún tocado la coyunda; luego, cuando al noveno
día empezaba a rayar la aurora, ofreció el sacrificio a Orfeo y volvió a la
selva. Entonces, de pronto, contemplaron sus ojos una indecible maravilla: en todas
aquellas entrañas corrompidas, en lo interior de todas aquellas reses muertas,
zumban innumerables abejas, hierven en las rotas costillas y se remontan por el
aire, formando inmensas nubes; luego van a posarse en la copa de un árbol y se
suspenden como racimos de las flexibles ramas. Estas cosas cantaba yo sobre el
cultivo de los campos, de los ganados y de los árboles, mientras el gran Cesar
esgrimía el rayo de la guerra en las orillas del hondo Éufrates, dictaba
vencedor sus leyes a los pueblos domeñados y se abría el camino del Olimpo.
Sustentábame por entonces en su regazo la dulce Parténope, a mí, Virgilio, que,
dedicando la flor de mi juventud a oscuros solaces, forjé con la ufanía propia
de los pocos años, versos pastoriles, y te canté, ¡oh Títiro!, tendido a la
sombra de una frondosa haya.]
NOTA
Aristeo,
en su misión civilizadora, visitó Arcadia y se estableció durante una temporada
en el valle de Tempe. Allí, mientras Aristeo perseguía a Eurídice, ésta fue
mordida por una serpiente y murió. Pronto las abejas de Aristeo se pusieron
enfermas y comenzaron a morir. Él fue a la fuente Aretusa y se le aconsejó
establecer altares, sacrificar ganado y dejar ahí los cadáveres. De los
cadáveres surgieron nuevos enjambres de abejas
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