VERSOTERAPIA

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2007

LITERATURA Y MEDICINA

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LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA : LITERATURA Y MEDICINA

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sábado, 7 de mayo de 2022

LAS GEÓRGICAS. VIRGILIO

 


LAS GEÓRGICAS

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

 

Las Geórgicas ( 29 a. C.)  de Virgilio sigue el tema de Las Bucólica en cuatro libros: la vida del campo, y más específicamente todo lo referente a la agricultura. Los trabajos y los días de Hesíodo inspiraron a Virgilio. Virgilio escribió esta obra durante siete años .

Etimológicamente la palabra proviene del griego  “Georgiká” (Cultivo de la tierra”, Geo: tierra). De allí el nombre Jorge ( Yuri, Igor: Labrador) .

Los temas fundamentales son la tierra y su cultivo, las uvas como fuente de los exquisitos vinos, la ganadería y las abejas que nos proporcionan su dulce néctar. Los dioses relacionados con el campo( “El mismo Júpiter quiso que no fuese sencillo el procedimiento del cultivo y fue el primero que, impulsando con cuidados los espíritus de los hombres, determinó el arte de la agricultura y no consintió que sus reinos se estancasen en la indolente pereza”, la vida feliz de los labradores (“La labranza es un arte divino.”),

“Las Geórgicas es un tratado de agricultura o de ganadería de carácter doctrinario, una erudita y abundante colección de datos muy apreciados por sus mismos contemporáneos y por las generaciones posteriores, que vieron en las Geórgicas una obra de utilidad práctica para la explotación agropecuaria del campo, en manos de un diligente labrador”. (J. L. Vidal)

I

LIBRO I:

Sobre los dioses protectores de la agricultura , las tierras y sus cultivos, el origen de la agricultura, los instrumentos de labranza, mejores tiempos para sembrar, la contemplación del cielo para precisar el pronóstico climático, sobre César y Octavio.

[Cómo se producen lozanas mieses, bajo cuál astro conviene, ¡oh Mecenas!, labrar la tierra y enlazar las vides con los olmos, que cuidados reclaman los bueyes, qué afanes los ganados, cuánta industria exigen las guardosas abejas empezaré desde ahora a cantar. ¡Oh clarísimas lumbreras del mundo, que regís el orden con que las estaciones se van deslizando del cielo! ¡Oh Baco y oh alma Ceres, si por merced vuestra la tierra trocó la bellota caonia por la fecunda espiga y mezcló las aguas del Aqueloo al jugo de las uvas recién descubiertas! ¡Oh Faunos, númenes propicios a los labradores, venid a mí, y venid también con ellos vosotras, oh vírgenes Dríadas! ¡Yo canto vuestros dones!]

1

Mas, antes de romper con la reja un campo desconocido, conviene informarse de los vientos y de las varias influencias del cielo a que está expuesto, de los cultivos usados en el país y de las propiedades del terreno, y de cuáles frutos produce y cuáles rechaza la comarca.

2

 Fácil es, sin embargo, labrar la tierra todos los años, cuidando de darle en abundancia pingüe abono y cubriendo de inmunda ceniza las hazas exhaustas. Así también se logra que descansen las tierras, alternando las simientes, sin que sean tampoco del todo inútiles mientras se las deja de barbecho.

3

También a veces conviene prender fuego a los campos estériles y quemar los rastrojos con ruidosas llamaradas, ya sea porque con esto recibe la tierra ocultas fuerzas y pingüe sustancia, ya porque todo el vicio que tiene se le cuece con el fuego, y expele así la inútil humedad, o bien porque aquel calor le abra nuevos conductos y respiraderos, antes cegados, por donde pase el jugo a las nuevas mieses, o ya, en fin, porque la endurezca más y comprima sus grietas, de manera que ni las menudas lluvias, ni la fuerza, todavía más destructora, del ardiente sol, ni el penetrante frío del Bóreas puedan abrasarla.

4

Cuando las frías lluvias retienen en su choza al labrador es cuando debe prevenir despacio una multitud de cosas que en los días serenos hubiera tenido que hacer con prisa.

5

En el rigor de los fríos es cuando por lo común los labradores disfrutan de lo que han allegado y cuando se convidan mutuamente a alegres festines; a ello los brinda el genial invierno, que ahuyenta los cuidados; así, cuando ya tocan el puerto las cargadas naves, ornan sus popas con coronas los alborozados marineros. Es, sin embargo, entonces la época de coger la bellota y las bayas del laurel, la aceituna y el fruto del mirto de color de sangre. Entonces se cazan las grullas con lazos y los ciervos con redes, y se corren las orejudas liebres; entonces, cuando la sierra está cubierta de altas nieves, cuando los ríos arrastran hielos, es la ocasión de matar corzos con los disparos de la estoposa honda balear.

 

[Tiempo ha ya, ¡oh César!, que la mansión de los dioses te envidia a nosotros y se queja de que tengas en mucho los honores triunfales que te dan los hombres.

Aquí el Éufrates, allí la Germania, nos mueven guerra: las ciudades comarcanas, rotos los pactos, hacen armas unas contra otras; por todo el orbe derrama sus furores el impío Marte; tal, cuando se lanzan de la barrera las cuadrigas, cobran en el circo nuevo brío, y tirando en vano de las riendas, el auriga se ve arrebatado por los caballos y el carro no obedece al freno.]

LIBRO II

Contiene siete partes :sobre los árboles, sus cuidados, los mejores lugares para sembrar, los terrenos para sembrar, las uvas, elogio de la vida campestre.

 

[Hasta aquí he cantado el cultivo de los campos y el influjo de los astros; ahora, ¡oh Baco!, te cantaré a ti, y contigo los silvestres arbolados y los tardíos renuevos del olivo. Asísteme, ¡oh padre Leneo! Todo aquí está lleno de tus dones; por ti florece el campo cuajado de pámpanos otoñales y la vendimia rebosa en las henchidas tinajas. Asísteme, ¡oh padre Leneo!, y depuestos los coturnos, tiñe conmigo las desnudas piernas en el nuevo mosto. Ante todo, diré que los árboles se producen de varias maneras, porque unos, sin auxilio del hombre, brotan espontáneamente y cubren en grande extensión los campos y las corvas márgenes de los ríos, como los tiernos mimbres, las flexibles retamas, los álamos y los sauces, coronados de blanquecina verdura.]

1

Y muchas veces vemos las ramas de un árbol convertirse sin daño en ramas de otro; vemos a los manzanos injertos producir peras transformadas, y al duro cornejo enrojecerse con ciruelas. Por lo cual, ¡oh labradores!, trabajad y aprended los cultivos propios a cada especie y domad a fuerza de cultivo la aspereza de los frutos silvestres.

Hay más de un modo de injertar los árboles y de introducir en ellos las yemas de otros. En aquella parte en que éstas brotan, en medio de la corteza, y cuando rompen sus tenues películas, se hace en el mismo nudo una incisión, y por ella se introduce el pimpollo de otro árbol, que prende y crece en aquella húmeda corteza interior, o bien se sajan los troncos lisos y se abre desde arriba una raja en lo sólido con cuñas, por donde penetran feraces renuevos, y no pasa mucho tiempo sin que levante hacia el cielo un robusto árbol sus fructíferas ramas, asombrado de su nuevo follaje y de sus ajenos frutos.

2

No aspiro a abarcar todas las cosas en mis versos; no lo lograra aun cuando tuviera cien lenguas y cien bocas y una voz de hierro; ven y costea esta primera orilla; no nos apartaremos un punto de ella; no te cansaré ni con ficciones, ni con rodeos, ni con largos exordios.

3

El olivo nace mejor de sus troncos, las vides de los mugrones y el laurel de Pafos de su propia recia madera; lo mismo nacen los duros avellanos y el corpulento fresno, y el umbroso árbol de que hizo Hércules su corona, y las encinas del dios de Caonia, y lo mismo la erguida palma y el abeto, destinado a correr los azares del mar.

4

El labrador ara la tierra con la corva reja. Éste es su trabajo de todo el año; con él sostiene a su patria y a sus pequeñuelos hijos, y a sus ganados y a sus yuntas, que lo merecen bien. No sosiega hasta que el año rebosa en frutos, o en nuevas crías de sus ganados, o en gavillas de trigo; no sosiega hasta que ve los sulcos abrumados bajo el peso de la mies e insuficientes para ellas su trojes.

5

 ¡Oh Musas, dulces para mí sobre todas las cosas, a quienes rindo culto con gran amor!, acogedme en vuestro regazo y mostradme las sendas del cielo y el curso de las estrellas, y los varios eclipses del sol y los giros de la luna; cuál sea la causa de los terremotos, por qué fuerza se hinchan los profundos mares, rompiendo sus barreras, y luego vuelven a su primer sosiego; por qué los soles invernales se dan tanta prisa en sumirse en el Océano, y por qué son tan tardías las noches de verano. Mas si la sangre ya fría que circuye mis entrañas impide que pueda sondar estos misterios de la naturaleza, plázcanme los campos y los arroyos que riegan los valles; contento en mi oscuridad, deléitenme los ríos y las selvas.

 

[También él celebra los días festivos, y tendido en la hierba, rodeado de sus compañeros con la copa henchida, puesta en medio la lumbre, te invoca, ¡oh Leneo!, ofreciéndote libaciones, y ya suspende de un olmo el blanco para que ejerciten en el tiro los zagales, que ya desnudan para la lucha sus fornidos cuerpos. Esta vida hacían en otro tiempo los antiguos Sabinos; así vivían Remo y su hermano, así creció la fuerte Etruria, así sin duda llegó a ser Roma la más hermosa de las ciudades, y, única en el mundo, se rodeó de siete colinas. Aun antes del reinado de Dicteo , antes que el impío linaje de los hombres se sustentase con la carne de los degollados novillos, esta vida hacía en la tierra el áureo Saturno. No se oían entonces resonar los bélicos clarines ni rechinar las espadas puestas en los duros yunques. Pero ya he recorrido harto espacio, y ya es tiempo de desatar los humeantes cuellos de mis caballos.]

LIBRO III

Sobre el ganado y sus dioses protectores. Habla de Octavio y Mecenas. Luego escribe sobre los animales: los toros, los caballos, las ovejas, las cabras, los perros, las plagas que atacan el ganado, termina con la peste.

[También os cantaré a ti, ¡oh poderosa Pales!, y a ti, ¡oh pastor de Anfriso, digno de eterna memoria!, y a vosotras, ¡oh selvas y ríos del Liceo! Todas las fábulas poéticas, que algún día cautivaban los ánimos ociosos…]

1

La Grecia entera, abandonando el Alfeo y los bosques de Molorco, acudirá, a mi llamamiento. a disputar la palma de la carrera y de la lucha con el duro cesto; ceñidas las sienes de hojas de oliva, yo distribuiré los premios. Ya me figuro ver conducir al templo las solemnes pompas y los inmolados novillos; ya veo abrirse la escena con sus cambiantes aspectos, y a los bretones descorrer el purpúreo telón en que están representados.

2

¡Oh Mecenas!, tu arduo mandato; sin ti, mi mente no acomete ninguna grande empresa.

3

Las mejores vacas son las que tienen la mirada torva, la cabeza grande, la cerviz muy gruesa, papadas que cuelgan desde el morro hasta las rodillas y el lomo muy largo; ¡han de tener además todos !os miembros grandes y también la pezuña, y orejas muy velludas bajo los enroscados cuernos.

4

Aquellas gentes pasan la vida ociosas y seguras en cuevas subterráneas, donde encienden grandes lumbradas con troncos enteros de robles y olmos; allí emplean la noche en jugar y beber alegremente en vez de vino, copas llenas de un licor hecho con levadura de cebada y manzanas agrias.

LIBRO IV

Sobre las abejas y la tragedia de Orfeo y Eurídice.

[Ahora voy a proseguir cantando el celestial donde la aérea miel. Atiende también, ¡oh Mecenas!, a esta parte de mi obra, en que diré asombrosos espectáculos de cosas pequeñas, magnánimos caudillos, y referiré por su orden las costumbres, los afanes de todo un linaje de seres, sus especies, sus batallas.]

1

Florezcan en contorno las verdes alhucemas, el oloroso serpol y gran copia de muy fragante ajedrea; abunden también allí las violetas con el mucho riego. En cuanto a las colmenas, ya las formes de cortezas labradas, ya de flexibles mimbres entretejidos, disponles angostas piqueras, porque el invierno con sus fríos endurece la miel y el gran calor la derrite.

2

Cuando en verano vieres un enjambre recién salido de su colmena, que surcando el sereno éter se levanta al firmamento, y te maravilles de cómo se mece en las auras formando una densa nube, obsérvalo bien; siempre las abejas van a buscar aguas dulces y frondosas moradas; entonces, lo que debes hacer es desparramar por el sitio a que se dirigen las hierbas cuyo sabor apetecen, la melisa majada y la grama común de cerinto, y a más haz alrededor ruido de metales y bate los címbalos de la madre Cibeles.

3

Así como hay dos especies de reyes, así las hay también de abejas; unas son feas, del color de la tierra, que escupe la reseca boca del sediento caminante cubierto de polvo; las otras son muy hermosas y relucen como el oro; todo su cuerpo está salpicado de pintas iguales. Esta casta es la que más aprovecha, de esta obtendrás en determinada época del año dulce miel, y más que dulce, limpia y a propósito para corregir la aspereza del vino.

4

Las abejas son las únicas que tienen hijos comunes, que viven en sociedad y se rigen por admirables leyes; las únicas que tienen patria y penates fijos; las únicas que, previsoras del venidero invierno, trabajan en verano y previenen repuesto en el centro de sus colmenas. Unas proveen al preciso sustento, y en virtud de esta obligación, salen a trabajar al campo; otras, en lo interior de las colmenas, asientan los primeros cimientos de los panales con el zumo del narciso y el viscoso gluten de las cortezas, de donde suspenden la consistente cera; otras sacan las crías, esperanza de la especie; otras labran la pura miel y bañan con aquel líquido néctar las celdillas. Hay algunas a quienes toca en suerte guardar la piquera, en cuyo cuidado alternan con el de observar las lluvias y los nublados, o recibir la carga de las que llegan, o rechazar en ordenada hueste a la holgazana turba de los zánganos.

5

A las de más edad corresponde el cuidado de la colmena, fortalecer los panales y fabricar las celdillas con artificio digno de Dédalo, tornan cansadas las más jóvenes, ya muy entrada la noche, cargados de tomillo los pies; las plantas de que indistintamente se apacientan son las flores del madroño y las de los verdes sauces, la casia, el amarillo azafrán, la untuosa tila y el morado jacinto.

ARISTEO, EURÍDICE Y ORFEO.

Aristeo, protector de las abejas, se enamora de Eurídice, esposa de Orfeo. Eurídice muere durante la persecución que le hace Aristeo .En castigo se enferman sus abejas y debe hacer sacrificio de animales para exculparse. Orfeo intenta rescatarla del inframundo. Los dioses se lo permiten, siempre y cuando no vea el rostro de su amada hasta salir a mundo de los vivos. Orfeo voltea y Eurídice vuelve al inframundo.

[Perdonar los espíritus infernales. Parose ya casi en los mismos límites de la tierra, y olvidado, ¡ay!, del pacto y vencido del amor, miró a su Eurídice; con esto fueron perdidos todos sus afanes y quedaron rotos los tratos del cruel tirano. Tres veces retumbaron con fragor los lagos del averno. Y ella: "¿Qué delirio, Orfeo mío— exclamó—; qué delirio me ha perdido, infeliz, y te ha perdido a ti? Ya por segunda vez me arrastran al abismo los crueles hados; ya el sueño de la muerte cubre mis llorosos ojos. ¡Adiós, adiós!, las profundas tinieblas que me rodean me arrastran consigo, mientras que, ya no tuya, ¡ay!, tiendo en vano hacia ti las débiles palmas." Dijo, y de pronto, cual leve humo impulsado por las auras, se desvaneció ante los ojos de su amante, que en vano pugnaba por asir la sombra fugitiva y decirle mil y mil cosas; no la volvió más a ver, ni el barquero del Orco consintió que otra vez pasase el mancebo la opuesta laguna. ¿Qué hacer? ¿Adónde ir habiéndole sido por dos veces arrebatada su consorte? ¿Con qué llanto podría conmover a los dioses infernales, con qué palabras a los númenes celestes? En tanto Eurídice, yerta ya, iba bogando en la barca infernal por la laguna Estigia. Es fama que siete meses enteros pasó él llorando bajo una altísima peña a la margen del solitario Estrimón, y repitiendo sus desventuras en aquellas heladas cavernas, amansando a los tigres y arrastrando tras sí las selvas con sus cantos. No de otra suerte, la doliente Filomela lamenta entre las ramas de un álamo sus perdidos hijuelos, que, puesto en acecho, le robó del nido, implumes todavía, el despiadado labrador; llora ella toda la noche, y desde la rama en que se posa, repite sus lastimeros trinos, llenando los vecinos bosques con sus desoladas quejas. Así el mísero Orfeo: no hay ya amor, no hay ya himeneo que cautive su corazón; solo con su dolor recorría las heladas regiones hiperbóreas, el nevado Tanais y los campos del Rifeo, siempre cubiertos de escarchas, lamentando su arrebatada Eurídice y los vanos dones de Dite.

Menospreciadas de él, por efecto de aquel tan grande amor, las mujeres de los Cicones despedazaron al mancebo en medio de los sacrificios de los dioses y de las nocturnas orgías de Baco y esparcieron sus miembros por los campos, y aun cuando ya el Hebro eagrio arrastraba entre sus ondas su cabeza, arrancada del alabastrino cuello, todavía su voz, todavía su helada lengua iba clamando con desfallecido aliento: ¡Oh Eurídice, oh mísera Eurídice!, y ¡Eurídice, Eurídice! repetían en toda su extensión las márgenes del río." Esto dijo Proteo, y de un salto se precipitó en el profundo mar, arremolinando con la cabeza, en su caída, las espumantes olas. Acudió entonces Cirene, y dirigiéndose a su atemorizado hijo (Aristeo): "Ahuyenta del pecho—le dijo—tus tristes cuidados. Ya has oído los motivos de la peste que ha destruido tus ganados; por eso, las Ninfas, con quienes Eurídice entonaba coros en las profundas selvas, causaron la miserable destrucción de tus abejas. Tú ahora, suplicante, ve a llevarles ofrendas y a venerarlas implorando paz; las Napeas son fáciles de aplacar, y sin duda aceptarán tus votos y depondrán sus iras; mas antes quiero decirte en qué manera has de invocar su auxilio. Elige cuatro excelentes toros, los más hermosos entre todos los tuyos, que ahora están pastando en las cumbres del verde Liceo, y otras tantas novillas, cuya cerviz no haya aún tocado la coyunda; levanta en los altos templos de las diosas cuatro altares, degüella en ellos las víctimas y ofréceles su sangre en holocausto, dejando los cuerpos abandonados en la umbrosa floresta. Luego, cuando pasados nueve días empiece a rayar la aurora, ofrece en sacrificio a Orfeo adormideras Leteas, da culto a Eurídice, inmolando para aplacar sus manes una becerra; inmola también una oveja negra, y vuelve luego a la selva." Cumplió al punto el mancebo los mandatos de su madre. Fue a los templos de las Ninfas, levantó los altares que le había prevenido y llevó a ellos cuatro hermosísimos toros y otras tantas novillas, cuya cerviz no había aún tocado la coyunda; luego, cuando al noveno día empezaba a rayar la aurora, ofreció el sacrificio a Orfeo y volvió a la selva. Entonces, de pronto, contemplaron sus ojos una indecible maravilla: en todas aquellas entrañas corrompidas, en lo interior de todas aquellas reses muertas, zumban innumerables abejas, hierven en las rotas costillas y se remontan por el aire, formando inmensas nubes; luego van a posarse en la copa de un árbol y se suspenden como racimos de las flexibles ramas. Estas cosas cantaba yo sobre el cultivo de los campos, de los ganados y de los árboles, mientras el gran Cesar esgrimía el rayo de la guerra en las orillas del hondo Éufrates, dictaba vencedor sus leyes a los pueblos domeñados y se abría el camino del Olimpo. Sustentábame por entonces en su regazo la dulce Parténope, a mí, Virgilio, que, dedicando la flor de mi juventud a oscuros solaces, forjé con la ufanía propia de los pocos años, versos pastoriles, y te canté, ¡oh Títiro!, tendido a la sombra de una frondosa haya.]

 

NOTA

Aristeo, en su misión civilizadora, visitó Arcadia y se estableció durante una temporada en el valle de Tempe. Allí, mientras Aristeo perseguía a Eurídice, ésta fue mordida por una serpiente y murió. Pronto las abejas de Aristeo se pusieron enfermas y comenzaron a morir. Él fue a la fuente Aretusa y se le aconsejó establecer altares, sacrificar ganado y dejar ahí los cadáveres. De los cadáveres surgieron nuevos enjambres de abejas

 

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