ADIÓS
A LAS ARMAS (1919)
“Adiós
a las armas” es una novela basada en hechos históricos (Primera Guerra Mundial*,
1914-1918) con elementos autobiográficos por cuanto el autor trabajó de chofer
de ambulancia en ese conflicto armado y fue herido, hechos que forman parte del
relato. Además, un romance que tuvo Hemingway con una enfermera es el fundamento
de la trama amorosa entre los personajes principales , el teniente Frederic
Henry y Catherine Barkley .
La
novela es una pieza sobre la guerra y contra la guerra: muchos de los
personajes hacen severas criticas contra la resolución de las diferencias entre
los humanos mediante la violencia armada.
La
guerra es el caos. Soldados son acusados de traición por sus propios
compañeros, y en juicios sumarios son fusilados sin pruebas. Esto provoca la
desmoralización de las tropas y las deserciones.
Paralelamente
a la narración sobre la guerra va el relato del amor entre Frederic y Catherine.
Interesante
para los amantes de la Historia de la Medicina resultan las descripciones de
heridas por armas de fuego, los métodos de diagnóstico y los tratamientos.
Largos párrafos dan cuenta de estos aspectos médicos como los narrados en los
capítulos IX y XIV.
*La
Primera Guerra Mundial enfrentó a la Triple Alianza (Imperio alemán , Imperio
austro-húngaro e Italia) y la Triple Entente (Reino Unido, Imperio ruso y
Francia)
FRASES
1
El
cobarde muere muchas veces- El valiente muere una sola vez.
2
Vivir
es más fácil si no se tiene nada que perder.
3
Ya
sé que la noche no es parecida al día, que las cosas ocurren de otra manera,
que las cosas de la noche no pueden explicarse a la luz del día porque entonces
ya no existen; y la noche puede ser espantosa para una persona sola tan pronto
como se dé cuenta de su soledad.
4
Cuando
los individuos se enfrentan con el mundo con tanto valor, el mundo sólo los
puede doblegar matándolos.
PÁRRAFOS
I
Aquel
año, al final del verano, vivíamos en una casa de un pueblo que, más allá del
río y de la llanura, miraba a las montañas. En el lecho del río había
piedrezuelas y guijarros, blancos bajo el sol, y el agua era clara y fluía,
rápida y azul, por la corriente. Las tropas pasaban por delante de la casa y se
alejaban por el camino, y el polvo que levantaban cubría las hojas de los
árboles.
2
LA
UTILIDAD DE UN SAN ANTONIO
Desprendió
algo de su cuello y me lo deslizó en la mano.
-Es
un San Antonio -dijo-, y ven mañana por la noche.
-¿Acaso
eres católica?
-No,
pero dicen que un San Antonio es muy útil.
El
San Antonio estaba dentro de una cajita de metal blanco. La abrí y lo dejé caer
en mi
mano.
-¿San
Antonio? -preguntó el conductor.
-Sí.
-Yo
tengo uno.
Su
diestra dejó el volante. Se desabrochó la guerrera y lo sacó de debajo de su
camisa.
Volví
a mi San Antonio a su cajita, arrollé cadenita y lo deslicé en el bolsillo de
mi guerrera.
-¿No
se lo pone?
-No.
-Es
mejor llevarla. Para eso es.
-Muy
bien -asentí.
Abrí
el cierre de la cadena, la puse alrededor de mi cuello y lo volví a cerrar. El
santo
quedaba
sobre mi uniforme. Abrí la guerrera y, desabrochándome el cuello, lo puse
debajo
de
la camisa. Por unos instantes lo sentí sobre mi pecho, en su estuche de metal.
Momentos
después
ya no pensaba en él. Más adelante, después de haber sido herido, no lo pude
encontrar.
Posiblemente alguien, en los puestos de socorro, se quedó con él.
II
LA
GUERRA
1
La
nieve cortaba el viento, cubrió la tierra y los troncos de los árboles se
destacaron muy negros. También cubrió los cañones y pronto se formaron en la
nieve pequeños caminos que conducían a las enramadas de detrás de las
trincheras
2
LA
GUERRA ES UNA PORQUERÍA
-¿Qué
le parece esa condenada guerra?
-Una
porquería
-Ya
lo creo que es una porquería. ¡Dios mío, ya lo creo que es una porquería!
3
UNA
GUERRA NO TERMINA NUNCA
No
hay nada peor que la guerra. Nosotros, aquí, en las ambulancias, no nos podemos
hacer cargo de lo que es. Cuando uno se da cuenta, le es imposible pararla,
porque se vuelve loco.
-Sé
perfectamente que es terrible, pero tenemos que aguantarla hasta el final.
-No
tiene fin. Una guerra no termina nunca.
4
LA
GUERRA ES UNA DIVERSIÓN PARA UNOS POCOS.
-La
guerra no se gana con la victoria. ¿Qué ganaríamos si tomásemos el San
Gabriele? ¿Qué adelantaríamos tomando Carso, Monte Falcone y Trieste? ¡A lo
mejor perderíamos una pierna! ¿Habéis visto todas esas montañas, hoy? ¿Creéis
que las podríamos tomar todas? Eso sólo sería posible si los austriacos cesaran
de luchar. Uno de los adversarios debe parar. ¿Por qué no somos nosotros? Si
ellos entraran en Italia, pronto se cansarían y se marcharían. Tienen su
patria. Pero no les importa y, en vez de hacer eso, ¡se divierten con la guerra.
5
LA
GUERRA ENRIQUECE A UNOS POCOS.
Pero
ni los campesinos son lo bastante torpes para creer en la guerra. Todos odian
esta guerra.
-Al
frente de los países hay una gente estúpida que no comprende y no comprenderá
nunca
nada.
-También se enriquecen con ella.
-No
la mayoría -dijo Passini-. Son muy tontos. Lo hacen por nada... por pura
estupidez.
III
ASPECTOS
MÉDICOS
1
En
la ciudad había más cañones que antes y, también, más hospitales. Por las
calles se encontraban ingleses, y a veces inglesas. Algunas casas habían
sufrido recientes bombardeos. Hacia calor; se notaba la llegada de la primavera
y continué andando por la avenida de árboles, sofocado por el resol; vi que
continuábamos habitando la misma casa, y que nada, desde mi partida, había
cambiado. La puerta estaba abierta; un soldado estaba sentado en un banco al sol.
Una ambulancia esperaba delante de una puerta lateral y, al entrar, sentí olor
a losas de mármol y a hospital.
2
ENFERMEDADES
DURANTE LA GUERRA
Tengo
que lavarme e ir a presentarme. ¿Hay trabajo?
-Después
de tu marcha sólo hemos tenido congelaciones, sabañones, ictericia,
blenorragia, heridas intencionadas, neumonías, chancros blandos y duros. Cada
semana nos traen heridos por pedazos de roca, al estallar las bombas en ella.
No hay heridos graves.
3
EL
PAPEL DE UNA ENFERMERA EN LA GUERRA
Miss
Ferguson se alejó en la oscuridad.
-Es
muy agradable -comenté.
-Es
muy agradable. Es enfermera.
-¿Y
usted no lo es?
-¡Oh,
no! Yo no soy más que voluntaria. Trabajamos mucho y no tenemos la confianza de
nadie.
-¿Por
qué?
-No
nos tienen confianza cuando no ocurre nada, pero cuando hay mucho trabajo saben
muy
bien
dónde encontrarnos.
-¿Cuál
es la diferencia?
-Una
enfermera es como un médico. Se tarda en serlo. Una enfermera voluntaria es una
especie
de recurso.
4
UNA
HERNIA
Los
rezagados seguían al regimiento, hombres que no podían alcanzar su pelotón.
Estaban
agotados,
cubiertos de sudor y de polvo. Algunos parecían muy enfermos. Un soldado
apareció
al final de todos. Cojeaba. Se detuvo y se sentó al borde de la carretera. Bajé
del
coche
y me dirigí hacia él.
-¿Qué
le ocurre?
Me
miró y se incorporó.
-Voy
a seguir.
-¿Qué
tiene?
-¡Maldita
sea la guerra!
-¿Qué
tiene en la pierna?
-No
es la pierna. Estoy herniado.
-¿Por
qué no ha subido a una ambulancia?
-No
lo consentirían. El teniente pretende que me he quitado el braguero intencionadamente.
-Voy
a examinarlo:
-Está
salida.
-¿De
qué lado?
-Aquí.
Lo
palpé.
-Tosa
-ordené.
-Tengo
miedo que esto me la haga salir más. La tengo casi el doble que esta mañana.
-Siéntese
-dije-. Así que tenga las hojas de estos heridos me lo llevaré y lo pondré en
manos
de
un médico.
-Dirán
que lo he hecho adrede.
-No
le pueden hacer nada -dije-. No se trata de una herida. Usted tenía esta hernia
antes de la
guerra,
¿verdad?
-Pero
he perdido mi braguero.
-Lo
mandarán al hospital.
5
UNA
AMBULANCIA TIRADA POR CABALLOS
Luego
encontramos una ambulancia tirada por caballos parada en la carretera. Dos
hombres habían recogido al herniado y lo colocaban en ella. Habían ido a
buscarle. Me miró y movió la cabeza. El casco le había caído y su frente sangraba
junto al nacimiento del pelo. Tenía la nariz pelada, la herida ensangrentada y
los cabellos cubiertos de polvo.
6
De
pronto, cerca de mí, oí que alguien gritaba.
«¡Mamma
mía! ¡Oh, mamma mía!» Me estiré, me revolví y acabé por libertar mis piernas.
Entonces
pude dar la vuelta y tocarlo. Era Passini y, al tocarlo, rugió. Tenía las
piernas vueltas hacia mí. Entre las alternativas de sombra y luz vi que las dos
estaban destrozadas or debajo de las rodillas. Una estaba seccionada y otra
sólo se sostenía por los tendones y un trozo de pantalón; el muñón se crispaba
y retorcía como si estuviera completamente desprendido.
Pero
a Passin¡ sólo le quedaba una pierna. Mientras le desenrollaba la banda, me di cuenta
de que era inútil hacerle un torniquete porque había muerto. Me aseguré de que estuviese
muerto.
7
DESCRIPCIÓN
DE HERIDAS Y TRAMIENTO. CAPÍTULO IX.
El
comandante desmontó sus pinzas y las colocó en una cubeta. Mis ojos no perdían
ni una de sus movimientos. Ahora estaba haciendo un vendaje. Después, los camilleros
sacaron al hombre de encima de la mesa.
-Voy
a atender al tenante americano -dijo uno de los capitanes.
Me
colocaron sobre la mesa. Era dura y viscosa. Se notaban fuertes olores, olores
de productos químicos y el olor dulzón de la sangre. Me quitaron el pantalón y
el médico empezó a dictar al sargento mientras trabajaban.
-Múltiples
heridas superficiales en ambos muslos, en las dos rodillas y en el pie derecho.
Heridas profundas en la rodilla y en el pie derecho. Laceración del cuero
cabelludo (tocando: .¿Le duele? ¡Por Cristo, si!.) con posibilidad de fractura
de cráneo. Herida en cumplimiento de su deber. Esto le librará del consejo de
guerra por haberse hecho heridas voluntariamente -dijo-. ¿Quiere una copa de
coñac? ¿Suicidarse? Suero antitetánico, por favor, y marque una cruz en las dos
piernas. Gracias Voy a limpiarlo todo un poco y vendarlo. Su sangre está coagulando
admirablemente.
El
secretario levantó los ojos del papel.
-¿Qué
es lo que ha producido las heridas? El médico:
-¿Qué
le ha herido?
Yo,
con los ojos cerrados:
-Un
obús.
8
HERIDA
SANGRANTE. CAPÍTULO IX.
A
causa de los escombros, la ambulancia subía lentamente. A veces se paraba,
otras, en una curva, tenía que retroceder. Por fin pudo acelerar. De repente
algo empezó a gotear sobre mí. Al principio lentamente y después, y poco a
poco, se convirtió en un chorro. Llamé al conductor. Se detuvo y miró por la
ventanilla a sus espaldas.
-¿Qué
le ocurre?
-El
hombre de la camilla situada sobre la mía tiene una hemorragia
-Estamos
llegando. No podría sacar la camilla yo solo.
Continuó
la marcha. El chorro seguía. En la oscuridad no podía distinguir de dónde caía
por encima de mi cabeza. Traté de ponerme de lado para evitar que la sangre
cayese sobre mí. Tenía la camisa caliente y pegajosa donde había caído la
sangre. Tenía frío y la pierna me dolía tanto que temí desvanecerme. Al cabo de
un rato el chorro disminuyó, pero volvió a aumentar y oí removerse la tela
sobre mí, al intentar el hombre acomodarse en la camilla.
-¿Cómo
está? -preguntó el inglés-. Estamos llegando.
Las
gotas caían poco a poco, como una estalactita de hielo al anochecer. Hacía frio
en la ambulancia, en la oscuridad, subiendo la carretera. En la cumbre, al
llegar la puesto, sacaron la camilla y colocaron otra en su lugar.
IV
EL
AMOR
1
Miss
Barkley era alta. Llevaba lo que para mí podía ser un uniforme de enfermera.
Era rubia y tenía la piel dorada y los ojos grises. La encontraba hermosa. En
la mano llevaba un bastón muy fino de caña, forrado de cuero, que tenía la
apariencia de un pequeño látigo.
2
Nos
miramos en la oscuridad. La encontraba muy hermosa y le cogí la mano. Ella se
la dejó tomar y la estreché entre las mías. Después, pasando mi brazo bajo el
suyo, la abracé.
3
Lo
que más deseo ahora es que me abrace y me bese, si no tiene inconveniente. La
miré a los ojos. La abracé como antes y la besé. La abracé violentamente,
apretándola muy fuerte, e intenté entreabrir sus cerrados labios. Aún estaba
furioso y bajo mi brazo noté que temblaba. La estreché contra mí. Noté cómo
latía su corazón. Ella apartó los labios y apoyó su cabeza en mi mano. Después
empezó a llorar sobre mi hombro.
-¡Oh,
querido! Serás bueno conmigo, ¿verdad?
4
Ya
no será necesario que me digas que me quieres.
5
El
sol empezaba a descender y refrescaba. Después de cenar iré a ver a Catherine
Barkley. Me gustaría tenerla aquí, en este momento. Quisiera estar en Milán con
ella. Comer en la Cova, bajar por la vía Manzoni, una tarde calurosa, cruzar la
calle, seguir a lo largo del canal y luego dirigirnos al hotel. Tal vez
aceptaría.
V
ARTE
EL
MÁRMOL RECUERDA UN CEMENTERIO
En
la habitación que servía de despacho y a lo largo de la pared, había muchos bustos
de mármol sobre columnas de madera pintada. El vestíbulo también estaba repleto
de ellos. Tenían la rara propiedad de parecerse todos. Siempre había encontrado
la escultura pesada y aburrida, pero al menos los bronces parecen alguna cosa,
mientras que los bustos de mármol recuerdan un cementerio.
VI
LOS
JUICIOS SUMARIOS
Esto
fue todo. Otro oficial habló.
-Han
sido usted y sus iguales los que han permitido a los bárbaros poner los pies
sobre el
sagrado
territorio de la patria.
-¿Qué
dice usted? -preguntó el teniente coronel.
-Es
a consecuencia de traiciones parecidas por lo que hemos perdido los frutos de
la victoria.
-¿Ha
tenido usted que retirarse alguna vez? -preguntó de nuevo el teniente coronel.
-No
se debería haber obligado a Italia a retirarse.
Nosotros
estábamos allí, bajo la lluvia, ¡para escuchar esto! Estábamos frente a los
oficiales, y el prisionero estaba delante de ellos, ligeramente a un lado por
deferencia a nosotros.
-Si
usted me quiere fusilar -dijo el teniente coronel-, fusíleme en seguida, sin
más interrogatorio. El interrogatorio es idiota.
Hizo
la señal de la cruz. Los oficiales se consultaron. Uno de ellos escribió algo
en una hoja
de
papel.
-Abandono
de tropas. Condenado a ser fusilado dijo.
Dos
carabineros condujeron al teniente coronel a la orilla del río. Se alejó bajo
la lluvia, viejo, abatido, con la cabeza descubierta, escoltado por dos
carabineros. No vi cómo le fusilaban, pero oí las detonaciones.
Ahora
preguntaban a otro. Era igualmente un oficial al que habían encontrado separado
de sus tropas. Ni siquiera le permitieron explicarse. Se puso a llorar cuando
leyeron la sentencia escrita en el memorándum. Cuando lo fusilaron ya estaban
interrogando a otro. Fingían estar muy absortos por los interrogatorios
mientras fusilaban al que acababan de condenar. Esto hacía imposible ninguna
intervención de su parte. Me pregunté si debía esperar mi turno para ser
preguntado, o si sería mejor intentar algo en seguida. Evidentemente, me
tomaban por un alemán con uniforme italiano. Veía como funcionaban sus
cerebros, admitiendo que tuviesen cerebros que funcionasen. Eran jóvenes y
trabajaban por el bienestar de la patria.
Estaban
volviendo a formar el Segundo Ejército por detrás del Tagliamento. Ejecutaban a
todos los oficiales superiores que habían sido separados de sus tropas. También
se ocupaban, someramente, de los agitadores alemanes con uniforme italiano.
Llevaban cascos de acero.
Algunos
carabineros llevaban aquel sombrero grande. Les llamábamos “aviones”. Esperábamos bajo la lluvia y, los unos y
los otros, éramos interrogados y fusilados. Hasta entonces habían fusilado a
todos los interrogados. Los jueces tenían este desapego, esta devoción a la
estricta justicia de los hombres que dispensan la muerte sin que ellos se expongan.
Estaban a punto de interrogar a un coronel de infantería. Tres oficiales más habían
aumentado nuestro grupo. ¿Dónde estaba su regimiento? Miré
a los carabineros. Examinaban a los recién llegados. Los otros miraban al
coronel. Me agaché, empujé a dos hombres y con la cabeza baja, me lancé hacia
el río, choqué contra el ribazo y caí al agua con un gran ¡plaf! El agua estaba
muy fría. Aguanté sumergido todo el tiempo que pude. Me di cuenta de que la
corriente me hacía dar vueltas v me quedé bajo el agua hasta el momento en que
creí que no sería capaz de volver a subir. Así que llegué a la superficie,
respiré hondamente, y me sumergí de nuevo.
PELÍCULAS
1932
Adiós a las armas (del inglés: A Farewell to Arms) es
un drama de 1932 dirigido por Frank Borzage. Está inspirada en una novela
escrita por Ernest Hemingway en 1929.
Sinopsis
La trama se desarrolla en Italia durante la Primera
Guerra Mundial, y se articula en torno a la relación entre Frederic Henry (Gary
Cooper), un soldado estadounidense, y Catherine Barkley (Helen Hayes), una
enfermera inglesa.
1957
Dirección: Charles Vidor. Producción: David O.
Selznick
Argumento
Frederick Henry es un estadounidense que durante la
Primera Guerra Mundial sirve como conductor de ambulancias para el ejército
italiano. Mientras se recupera de una herida en el hospital de una base
británica, conoce a Catherine Barkley, una enfermera de la Cruz Roja, y
comienzan una relación. El médico y amigo de Frederick, convence al ejército de
que su herida en la rodilla es más seria de lo que realmente es y así la pareja
puede continuar su romance y poco después casarse.
Catherine descubre que está embarazada, pero después
de llevar alcohol a Frederick, son descubiertos por la enfermera jefa y son
separados. Informa a los superiores de Frederick de que está sano para volver al
frente. Durante su separación, Catherine empieza a creer que Frederick le ha
abandonado.
Durante la batalla de Caporetto, Frederick y su gran
amigo Alessandro Rinaldi ayudan a los locales a huir de los ejércitos alemán y
austriaco. Durante la marcha, varias personas mueren o son dejadas atrás debido
al cansancio. Cuando los dos conductores de ambulancia son capaces finalmente
de informar en una base del ejército, el comandante cree que son ambos
desertores del frente. Rinaldi es ejecutado por el militar italiano.
Enfurecido, Frederick consigue apagar las lámparas de queroseno y huye,
saltando al río.
Buscado por el ejército italiano, Frederick evita ser
capturado y consigue llegar hasta Suiza, donde se encuentra con Catherine. Son
aceptados en la neutral Suiza como turistas que están evitando la guerra. El
embarazo de Catherine avanza, pero debido a las condiciones que les rodean el
embarazo empieza a complicarse y Catherine es ingresada en el hospital. El bebé
nace muerto, y Catherine muere poco después. Frederick deja el hospital y vaga
sin rumbo por las calles vacías.
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