MEMORIAS
DE MAMÁ BLANCA (1929)
Es
una novela utobiográfica de Teresa dela Parra ,y su fuente de inspiración es la
infancia. Se habla de seis hermanas que
cambian su vida apacible en una hacienda
por la agitada de Caracas. En el
ambiente citadino hay nostalgia por las vivencias y paisajes bucólicos. Se recalca
la libertad que reinaba en el campo
(Piedra Azul) , los juegos infantiles, la educación estricta, los trabajos en
el trapiche.
El
personaje Vicente Cochocho se destaca por su filosofía a lo Diógenes. Cochocho
es “toero”: desempeña culaquier trabajo en Piedra Azul, desde los más
indeseables y sucios hasta hacer las veces de médico o de soldado en algún
alzamiento militar.
FRASES
Y PÁRRAFOS QUE ME GUSTARON
1
Conocí
a Mamá Blanca mucho tiempo antes de su muerte, cuando ella no tenía aún setenta
años ni yo doce. Trabamos amistad, como ocurre en los cuentos, preguntándonos los
nombres desde lejos, amortiguadas las voces por el rumor del agua que cantaba y
se reía al caer sobre el follaje, iba yo jugueteando por el barrio y de pronto,
como se me viniese a la idea curiosear en una casa silenciosa y vieja, penetré
en el zaguán, empujé la puerta tosca de aldabón y barrotes de madera, pasé la
cabeza por entre las dos hojas y me di a contemplar los cuadros, lasmecedoras,
los objetos y en el centro del patio un corro de macetas, con helechos y
novios, que subidos al brocal de la pila se estremecían de contento azotados
por la lluvia de un humilde surtidor de hierro.
2
Como
Mamá Blanca poseía el don precioso de evocar narrando y tenía el alma desordenada
y panteísta de los artistas sin profesión.
3
Debo
advertir que Mamá Blanca, cuyo amor maternal, traspasando los límites de su
casa y su familia, se extendía sin excepción sobre todo lo amable: personas,
animales o cosas, vivía sola como un ermitaño y era pobre como los poetas y las
ratas.
4
Su
trato, como la oración en labios de los místicos, sabía descubrirme horizontes
infinitos e iba satisfaciendo ansias misteriosas de mi espíritu.
5
Yo
no sabía aún que, a la inversa de los poderosos y los ricos de este mundo, la
vida es espléndida no por lo que da, sino por lo que promete.
6
Piensen
indulgentes que las personas más impresenables son generalmente las más
interesantes. Yo creo que el cuerpo suele adornarse con detrimento del espíritu.
Es una convicción cruel que profeso con tristeza, pues me due- le muchísimo el
pensar que la amable, la divina elegancia del cuerpo, es una ladrona linda y
vil que para bien ador- narse dejó el alma sin ropas ni pan, sumida en la
miseria
7
¿Qué
es una frase sin tono ni ritmo? Una muerta, una momia. ¡Ah, hermosa voz humana,
alma de las palabras, madre del idioma, qué rica, qué infinita eres! . La palabra
escrita es un cadáver.
8
El escritor , al pecar por exceso de
verosimilitud o claridad, se vería cubierto de desprecio. Lo incomprensible, al
humillar violentamente. los espíritus, arranca de las manos aplausos irritados
y sinceros, cuyo verdadero significado es éste: ¡Bravo, bravo, bravísimo, que
no hemos entendido ni una jota! Una imaginación de amplio vuelo puede lanzarse
a sus anchas dentro de la oscuridad, que es infinita. Dios no sería adorable si
fuera comprensible. La humilde claridad es limitada, franca y pobre. La claridad
es despreciable y reposante como un par de pantuflas viejas.
9
La
gloria no se ofrece sino al que la soli- cita»
10
MEDICINA
A
más de maestro en filosofía y ciencias naturales, a más de ser tocador de
maracas, paleador de la acequia, emburrador del trapiche y deshierbador de
lajas, Vicente era el médico, el boticario y el agente de las pompas fúnebres
en Piedra Azul.
—En lo concerniente a la milicia,
Vicente tenía más genio que vocación; en lo concerniente a la medicina, tenía
más vocación que genio. Como es la vocación quien forma el verdadero médico,
como la medicina oscura y santa está impregnada de misticismo, milagros y
ciencia infusa del corazón, Vicente, todo actividad, todo abnegación, todo
espíritu de sacrificio; Vicente, a quien nadie llamó nunca el doctor Cochocho,
era el médico por excelencia.
—Papá
no lo juzgaba así. Como la medicina, repito, es campo abierto a las apasionadas
creencias, al fogoso mis- ticismo y a las luchas fanáticas, Papá perseguía con
ardor e intolerancia la actuación de Vicente junto a los enfermos de la
hacienda. Aseguraba con convicción, de raigambre, mís- tica, que en Piedra Azul
la presencia de Vicente era mucho más funesta que el tifus, la disentería y la
fiebre amarilla juntos. Papá hablaba con pasión, no cabe duda. Pero siendo su
poder absoluto o ilimitado, la situación de Vicente respec- to a su misión
sublime y respecto a Papá, era en todo seme- jante a la de los primeros
cristianos bajo la persecución de Diocleciano o de Nerón. No quiero decir con
esto que Papá fuera cruel, sino que amenazado cada instante por el omnipo-
tente Vicente, lleno de heroismo, robustecido más y más en su caridad y en su
fe, ejercía su ministerio en la sombra.
—
Yo creo que en la intolerancia honrada de Papá se ocul- taba, sin él saberlo,
como ocurre a menudo, aquella rivali- dad despierta y agresiva que viene a
asomarse siempre entre dos médicos situados ante una misma clientela. Por- que
debo advertir a ustedes que, a su manera, sin universi- dades, grados ni
estudios, también era médico don Juan Manuel. También él se iba en su caballo
Caramelo, con su frasquito de píldoras de quinina, su termómetro, sus sina-
pismos, sus purgantes y recetaba a los enfermos. Vicente se iba a pie con
hojitas de llantén, raíz de ciruela fraile moli- da, manteca de lagarto, sangre
de conejo matado en men- guante, ensalmos, oraciones y le arrebataba la
clientela. Y es que, siendo el más débil Vicente, era el más fuerte por su
augusta vocación. En Piedra Azul se curaba y se medicinaba de balde. Por lo
tanto, Papá, enteramente desarmado, no pudiendo siquiera pasar a sus enfermos
esas cuentas altísi- mas que tanto sostienen el prestigio científico de un médico,
aplastado por Vicente, sin defensa posible, veía decaer su clientela, mientras
la de su competidor crecía.
—Como
todo médico, grande o pequeño, ignorado o renombradísimo; como todo medicucho,
medicastro o gran lumbrera, Vicente realizaba curaciones maravillosas y realizaba
también de vez en cuando muertes fulminantes que producían gran escándalo y
cubrían su nombre de oprobio durante breves días. Las cosas volvían pronto a
normalizarse y la fe renacía. En los días del escándalo la cólera de Papá, todo
rayos y truenos, caía sobre la cabeza bienhecho- ra y vencida.
—Oye,
Vicente —dijo Papá terrible y todopoderoso— óyeme bien. Acabo de saber que a
José del Rosario, el de la Quebrada Grande, se le enfermó su muchachita de un
ojo, que tú fuiste allá y dijiste que eso se curaría con sangre de lapa, que tú
mismo cazaste la lapa, que tú mismo le sacas- te la sangre, que tú mismo la
llevaste, que se la pusieron y se ha quedado tuerta. Eres un bruto y más que
bruto, criminal, ya lo sabes! Atiéndeme bien ahora y que no se te olvide, es la
última vez que te lo digo; te juro Vicente, que como tú vuelvas a recetar a un
solo enfermo más aquí, en Piedra Azul, le escribo al jefe civil del distrito
para que vengan inmediatamente a buscarte y te tengan en la cárcel preso.
—Sí, señor. Contestó Vicente humildemente, sin olvidar
su puntillo y sus tres golpes de maraca. Inútil es decir que desde el día
siguiente, con mucho más ardor continuó en secreto cazando lapas, buscando
hierbas, moliendo raíces, anda que anda, de norte a sur, de este o oeste,
perdiendo días de jornal, vadeando ríos crecidos y pasando noches en vela junto
a la cabecera de sus amados enfermos.
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