IFIGENIA
(1924)
Es
la primera novela de Teresa de la Parra narrada en forma de diario epistolar. El
personaje principal se llama María Eugenia Alonso y regresa de Europa para
vivir en Caracas. Su padre ha muerto y por componendas de un tío pierde su
herencia. Debe adaptarse a las nuevas
condiciones sociales. Se impone la idea de casarse para sobrevivir, El
matrimonio lo asume como un sacrificio semejante al de la Ifigenia mitológica.
FRASES
Y PÁRRAFOS QUE ME GUSTARON
1
Abuelita
tiene muy arraigado este principio falsísimo y pasado de moda:
—«Las
personas que se fastidian es porque no son inteligentes».
Y
claro, como mi inteligencia brilla de continuo y no es posible ponerla en tela
de juicio, Abuelita deduce en consecuencia que yo me divierto a todas horas con
relación a mi capacidad intelectual, es decir: muchísimo. Y yo por delicadeza
se lo dejo creer.
2
Como
sabes, Cristina, siempre he tenido bastante afición a las novelas. También la
tienes tú, y creo ahora que fue sin duda ninguna esta comunidad de gusto por el
teatro y las novelas la que hizo que intimáramos tanto durante los meses de
vacaciones, así como durante los meses de colegio nos hizo intimar mucho
aquella otra comunidad de gusto en los estudios.
3
Te
escribo en mi cuarto cuyas dos puertas he cerrado con llave. Mi cuarto es
grande, claro, empapelado de azul celeste, y tiene una ventana con reja que da
sobre el segundo patio de la casa. Del lado afuera de la ventana, muy pegadito
a la reja, hay un naranjo, y más allá, en cada una de las otras esquinas, hay
otros naranjos. Como yo he colocado mi escritorio y mi sillón muy cerca de mi
ventana, mientras pienso echada atrás la cabeza contra el respaldo del sillón,
o apoyada de codos sobre la blanca tabla del escritorio, estoy siempre mirando
mi patio de los naranjos. Y es tanto lo que tengo pensado mirando hacia arriba,
que ya conozco hasta el más mínimo detalle de la verde filigrana sobre el azul
del cielo . . .
4
Conversamos
luego sobre los viajes, sobre los distintos climas, sobre la hermosura de la
naturaleza tropical, sobre lo alegre que era la vida a bordo de un
trasatlántico, y a las dos horas, disipada ya mi timidez del principio, éramos
tan amigas y habíamos simpatizado tanto, que a mí me parecía haber encajado ya
en una de mis casillas correspondientes del rompecabezas. Créeme, Cristina, y
esto, por supuesto sin que lo sepa Abuelita, ¡de buena gana me hubiera quedado
viviendo para siempre con aquella encantadora Madame Jourdan!
5
Hay
instantes de la vida, Cristina, en que el espíritu parece desmaterializarse por
completo, y lo sentimos erguirse en nosotros exaltado y sublime, como un
vidente que nos hablara de cosas desconocidas. Experimentamos entonces una
santa resignación por los dolores futuros, y sentimos también en el alma ese
melancólico florecer de las alegrías pasadas, mucho más tristes que las
tristezas, porque son en nuestro recuerdo como cadáveres de cuerpo presente que
no nos decidimos a enterrar nunca . .
6
En
las llegadas hay siempre un misterio triste.
Cuando
un vapor se detiene, después de haber caminado mucho, parece que con él se
detuvieran también todos nuestros ensueños y que callasen todos nuestros
ideales. El suave deslizarse de algo que nos conduce es muy propicio a la
fecundidad del espíritu. ¿Por qué? . . . ¿será tal vez que el alma al sentirse correr
sin que los pies se muevan sueña quizás en que se va volando muy lejos de la
tierra desligada por completo de toda materia? . . .
7
CONTRA
LA SELECCIÓN NATURAL
Pero
tío Pancho en un nuevo discurso muy bien documentado, y un poco paradójico
también, nos demostró palpablemente los grandes perjuicios que ocasionan a la
humanidad el microscopio, la higiene, las vacunas, la cirugía, y las academias
de Medicina; cosas todas que según él suelen acabar con las personas
verdaderamente robustas, conservando en cambio a los enfermizos, a los pobres,
a los aburridos y a los desgraciados, seres infelices contra quienes se ensañan
arbitrariamente al privarle de la muerte que es cosa tan natural e inofensiva.
8
El
viaje de Macuto a Caracas, Cristina, es una atrevida excursión por la montaña,
que dura casi dos horas. Para hacer esta excursión escalan la montaña y se la
disputan juntos la carretera y el tren. El tren que es pequeñito y angosto,
corre sobre unos rieles muy unidos, y para correr sobre ellos tiene rastreos
ondulantes de serpiente y a ratos tiene también audacias de águila. Hay veces
que se desliza entre lo más oscuro y verde de la montaña y cuando se piensa que
sigue escondido aún entre las malezas y las rocas que están a la falda del
monte, aparece de pronto sobre un picacho, animoso y valiente, con su penacho
de humo. Antes de emprender el vuelo anda primero junto al mar muy cerquita de
las olas, entra por los aledaños de La Guaira y del vecino pueblo de Maiquetía,
da unos cuantos rodeos indecisos y es después cuando se lanza a conquistar la
montaña. La carretera, que es más franca y menos audaz que el tren, camina
también un rato junto al mar y los rieles, pasa por los dos pueblos, se aparta luego
de todos y entonces ella sola en blancas espirales va enlazando la montaña con
su cinta de polvo.
9
Si
el cocotero es uno solo y se mira a distancia, en pleno aislamiento, erguido
frente al mar, tiene la melancolía de un solitario que medita, y la inquietud
de un centinela escudriñando el horizonte; sus palmas desgajadas en el espacio
a tan larga distancia de la tierra parecen flores puestas en un búcaro de pie
muy largo. Si se mira de tan lejos que lo etéreo del tallo se ha perdido en la
atmósfera, aquellas hojas flotando en el ambiente, tienen entonces el misterio
de un jirón de incienso que sube, y parecen evocar el símbolo místico de las
oraciones abriendo sus tesoros junto al cielo.
10
El fastidio
me ha hecho analista expansiva y escritora.
11
La
naturaleza, pues, está ordenada en jerarquías, los animales más fuertes devoran
a los más débiles, viven a sus expensas e imperan sobre ellos. El ser humano
está a la cabeza de todas las jerarquías y es la suprema expresión del tipo
aristocrático en la naturaleza. Estas pequeñas meditaciones, suelen despertar
en mi espíritu, pensamientos filosóficos, si es que así pueden llamarse ciertas
observaciones o razonamientos que acostumbro hacer en mis ratos de soliloquio y
que no confieso a nadie por temor de que puedan parecer impertinentes o ridÍculas.
12
Pero
semejantes soliloquios se paralizan inmediatamente en mi cerebro al recordar
que esta malhadada propensión a la filosofía es causa de mi desdicha, fuente de
mi tristeza, y origen de mi reclusión en San Nicolás, cosa que hasta el
presente he sobrellevado con bastante estoicismo.
13
Y
como he visto y palpado que el almacenar ideas propias es cosa tan insensata y
peligrosa como el llevar una bomba de dinamita en el bolsillo, rechazo en
seguida todo género de filosofías.
14
Después
de mucho escoger, acabo siempre por sentarme sobre la peña que ataja la
corriente en un pozo, y allí me pongo a contemplar el río, y le miro, le miro,
muy fijo y muy cerca, hasta que poco a poco se va callando el mundo entero de
mis pensamientos, olvido las ideas surgidas unos minutos antes, al pausado
trotar de mi caballo, se borran unas tras otras las diversas imágenes
materiales recogidas en el día, y convertida ya en un pedazo inconsciente de la
naturaleza, empiezo a escuchar la voz sencilla y generosa del agua.
15
De
tanto mirar el río me parece que también me fui caminando en su corriente, y
que junto a las piedras y las arenas del fondo, junto a las frutas caídas y las
ramas secas que pasaron flotando, junto al encaje de los árboles, y los azules
pedazos de cielo que se reflejan desde arriba, el agua lleva también en sus
entrañas este divino y torturante poema de mi amor. Sentada como estoy sobre la
roca, en el poblado silencio del paisaje, copio por un instante el alma inmóvil
de la piedra, y me quedo tranquila y callada, para que el río al pasar me cante
mi poema en sus murmullos y me lo vaya enseñando en su espejo.
16
Estos
diarios paseos vespertinos son consoladores como la confesión, porque descargan
mi alma de su carga de tristeza. El río, con la misericordia de sus matas, sus
peñones y sus murmullos, es el confesor que me absuelve todos los días de las
negruras que le llevo; él me da consejos de esperanza, y me deja siempre en el
espíritu la gracia infinita de la alegría. Yo bendigo a la brisa que me
despeina los cabellos; bendigo a mi caballo que corre contra la brisa; y luego
de bendecir a la naturaleza entera, también bendigo a Perucho, que es mi
escudero y es mi acólito, en estas peregrinaciones sentimentales.
17
Y
sobre la piedra del río, con el libro por cartera, y mis rodillas por
escritorio, limando de tiempo en tiempo en una peña vecina la punta de mi lápiz
cuando se hacía muy roma, mientras duró la luz del día estuve escribiendo, y
escribí febrilmente esta carta, que tiene la loca sinceridad de todas las ardientes
y silenciosas cartas de amor que nunca se envían.
18
Hace
como cosa de dos años, yo tenía la costumbre de escribir mis impresiones. Pero
dicha costumbre me duró tan sólo algunos meses, pues en un momento dado, sin
saber por qué ni cómo, la encontré necia, ridícula, fastidiosísima, me dije que
era una gran tontería escribirse cosas a sí mismo, y sin más ni más, en un día
de actividad, tomé las cuartillas escritas, hice con ellas un gran paquete, lo
envolví en un periódico, y luego de atarlo con una cinta de hiladilla blanca,
lo escondí en el doble fondo de mi armario de luna donde nadie pudiese hallarlo
nunca.
19
La
prudencia y el espíritu de previsión no abundan mucho en el gremio de los
literatos.
20
La
lectura de las enterradas cuartillas escritas hace dos años, me tom ógran parte
de la mañana, y la tarde entera de ayer. Consideradas literariamente, desde mi
falsísimo punto de vista de autora, las he encontrado superiores a ciertas
crónicas, cuentos, y poemas en prosa con los cuales acostumbran a engalanarse
ciertos diarios y revistas; cosa esta que no es alabar mucho mis cuartillas, ni
faltar descaradamente a la modestia, porque la mayoría de los cuentos, poemas,
y crónicas a que me refiero, con perdón de sus autores, suelen parecerme
bastante malos.
21
Pero
acabo de ver que estoy filosofando, y como no quiero malgastar mi inteligencia
en decir cosas profundas que nadie ha de leer nunca, aquí me detengo en cuanto
a filosofías, y paso a relatar en pocas palabras, con la mayor claridad y
concisión de que soy capaz, cómo, y cuándo, me ocurrió este gran acontecimiento
del novio.
22
EL
MITO DE IFIGENIA
Como
en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos
adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién,
corre a saciar sus odios no sé dónde, es necesario que entregue en holocausto
mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de
servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres, en
el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios
milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión,
moral, deber, convenciones, principios. Divinidad omnipotente que tiene por
cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre
virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a millares las doncellas!
..
.
Y
dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio!
Pero antes de entregarme a los verdugos, frente a esa blancura cándida que ha
de velar mi cuerpo, quiero gritarlo en voz alta, para que lo escuche bien todo
mi ser consciente:
—
¡No es al culto sanguinario del dios ancestral de siete cabezas a quien me
ofrezco dócilmente para el holocausto, no, ¡no!. . . ¡Es a otra deidad mucho más
alta que siento vivir en mí; es a esta ansiedad inmensa que al agitarse en mi
cuerpo mil veces más poderosa que el amor, me rige, me gobierna y me conduce
hacia unos altos designios misteriosos que acato sin llegar a comprender! Sí:
Espíritu del Sacrificio, Padre e Hijo divino de la maternidad, único Amante
mío; Esposo más cumplido que el amor, eres tú y sólo tú el Dios de mi
holocausto, y la ansiedad inmensa que me rige y me gobierna por la vida.
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