VERSOTERAPIA

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2007

LITERATURA Y MEDICINA

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LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA : LITERATURA Y MEDICINA

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lunes, 18 de marzo de 2024

IFIGENIA

 

 

 


 

IFIGENIA (1924)

 Edgardo Rafael Malaspina Guerra

Es la primera novela de Teresa de la Parra narrada en forma de diario epistolar. El personaje principal se llama María Eugenia Alonso y regresa de Europa para vivir en Caracas. Su padre ha muerto y por componendas de un tío pierde su herencia.  Debe adaptarse a las nuevas condiciones sociales. Se impone la idea de casarse para sobrevivir, El matrimonio lo asume como un sacrificio semejante al de la Ifigenia mitológica.

 

 

 

 

 

FRASES Y PÁRRAFOS QUE ME GUSTARON

1

Abuelita tiene muy arraigado este principio falsísimo y pasado de moda:

—«Las personas que se fastidian es porque no son inteligentes».

Y claro, como mi inteligencia brilla de continuo y no es posible ponerla en tela de juicio, Abuelita deduce en consecuencia que yo me divierto a todas horas con relación a mi capacidad intelectual, es decir: muchísimo. Y yo por delicadeza se lo dejo creer.

2

Como sabes, Cristina, siempre he tenido bastante afición a las novelas. También la tienes tú, y creo ahora que fue sin duda ninguna esta comunidad de gusto por el teatro y las novelas la que hizo que intimáramos tanto durante los meses de vacaciones, así como durante los meses de colegio nos hizo intimar mucho aquella otra comunidad de gusto en los estudios.

3

Te escribo en mi cuarto cuyas dos puertas he cerrado con llave. Mi cuarto es grande, claro, empapelado de azul celeste, y tiene una ventana con reja que da sobre el segundo patio de la casa. Del lado afuera de la ventana, muy pegadito a la reja, hay un naranjo, y más allá, en cada una de las otras esquinas, hay otros naranjos. Como yo he colocado mi escritorio y mi sillón muy cerca de mi ventana, mientras pienso echada atrás la cabeza contra el respaldo del sillón, o apoyada de codos sobre la blanca tabla del escritorio, estoy siempre mirando mi patio de los naranjos. Y es tanto lo que tengo pensado mirando hacia arriba, que ya conozco hasta el más mínimo detalle de la verde filigrana sobre el azul del cielo . . .

4

Conversamos luego sobre los viajes, sobre los distintos climas, sobre la hermosura de la naturaleza tropical, sobre lo alegre que era la vida a bordo de un trasatlántico, y a las dos horas, disipada ya mi timidez del principio, éramos tan amigas y habíamos simpatizado tanto, que a mí me parecía haber encajado ya en una de mis casillas correspondientes del rompecabezas. Créeme, Cristina, y esto, por supuesto sin que lo sepa Abuelita, ¡de buena gana me hubiera quedado viviendo para siempre con aquella encantadora Madame Jourdan!

5

Hay instantes de la vida, Cristina, en que el espíritu parece desmaterializarse por completo, y lo sentimos erguirse en nosotros exaltado y sublime, como un vidente que nos hablara de cosas desconocidas. Experimentamos entonces una santa resignación por los dolores futuros, y sentimos también en el alma ese melancólico florecer de las alegrías pasadas, mucho más tristes que las tristezas, porque son en nuestro recuerdo como cadáveres de cuerpo presente que no nos decidimos a enterrar nunca . .

6

En las llegadas hay siempre un misterio triste.

Cuando un vapor se detiene, después de haber caminado mucho, parece que con él se detuvieran también todos nuestros ensueños y que callasen todos nuestros ideales. El suave deslizarse de algo que nos conduce es muy propicio a la fecundidad del espíritu. ¿Por qué? . . . ¿será tal vez que el alma al sentirse correr sin que los pies se muevan sueña quizás en que se va volando muy lejos de la tierra desligada por completo de toda materia? . . .

7

CONTRA LA SELECCIÓN NATURAL

Pero tío Pancho en un nuevo discurso muy bien documentado, y un poco paradójico también, nos demostró palpablemente los grandes perjuicios que ocasionan a la humanidad el microscopio, la higiene, las vacunas, la cirugía, y las academias de Medicina; cosas todas que según él suelen acabar con las personas verdaderamente robustas, conservando en cambio a los enfermizos, a los pobres, a los aburridos y a los desgraciados, seres infelices contra quienes se ensañan arbitrariamente al privarle de la muerte que es cosa tan natural e inofensiva.

8

El viaje de Macuto a Caracas, Cristina, es una atrevida excursión por la montaña, que dura casi dos horas. Para hacer esta excursión escalan la montaña y se la disputan juntos la carretera y el tren. El tren que es pequeñito y angosto, corre sobre unos rieles muy unidos, y para correr sobre ellos tiene rastreos ondulantes de serpiente y a ratos tiene también audacias de águila. Hay veces que se desliza entre lo más oscuro y verde de la montaña y cuando se piensa que sigue escondido aún entre las malezas y las rocas que están a la falda del monte, aparece de pronto sobre un picacho, animoso y valiente, con su penacho de humo. Antes de emprender el vuelo anda primero junto al mar muy cerquita de las olas, entra por los aledaños de La Guaira y del vecino pueblo de Maiquetía, da unos cuantos rodeos indecisos y es después cuando se lanza a conquistar la montaña. La carretera, que es más franca y menos audaz que el tren, camina también un rato junto al mar y los rieles, pasa por los dos pueblos, se aparta luego de todos y entonces ella sola en blancas espirales va enlazando la montaña con su cinta de polvo.

9

Si el cocotero es uno solo y se mira a distancia, en pleno aislamiento, erguido frente al mar, tiene la melancolía de un solitario que medita, y la inquietud de un centinela escudriñando el horizonte; sus palmas desgajadas en el espacio a tan larga distancia de la tierra parecen flores puestas en un búcaro de pie muy largo. Si se mira de tan lejos que lo etéreo del tallo se ha perdido en la atmósfera, aquellas hojas flotando en el ambiente, tienen entonces el misterio de un jirón de incienso que sube, y parecen evocar el símbolo místico de las oraciones abriendo sus tesoros junto al cielo.

10

El  fastidio  me ha hecho analista expansiva y escritora.

11

La naturaleza, pues, está ordenada en jerarquías, los animales más fuertes devoran a los más débiles, viven a sus expensas e imperan sobre ellos. El ser humano está a la cabeza de todas las jerarquías y es la suprema expresión del tipo aristocrático en la naturaleza. Estas pequeñas meditaciones, suelen despertar en mi espíritu, pensamientos filosóficos, si es que así pueden llamarse ciertas observaciones o razonamientos que acostumbro hacer en mis ratos de soliloquio y que no confieso a nadie por temor de que puedan parecer impertinentes o ridÍculas.

12

Pero semejantes soliloquios se paralizan inmediatamente en mi cerebro al recordar que esta malhadada propensión a la filosofía es causa de mi desdicha, fuente de mi tristeza, y origen de mi reclusión en San Nicolás, cosa que hasta el presente he sobrellevado con bastante estoicismo.

13

Y como he visto y palpado que el almacenar ideas propias es cosa tan insensata y peligrosa como el llevar una bomba de dinamita en el bolsillo, rechazo en seguida todo género de filosofías.

14

Después de mucho escoger, acabo siempre por sentarme sobre la peña que ataja la corriente en un pozo, y allí me pongo a contemplar el río, y le miro, le miro, muy fijo y muy cerca, hasta que poco a poco se va callando el mundo entero de mis pensamientos, olvido las ideas surgidas unos minutos antes, al pausado trotar de mi caballo, se borran unas tras otras las diversas imágenes materiales recogidas en el día, y convertida ya en un pedazo inconsciente de la naturaleza, empiezo a escuchar la voz sencilla y generosa del agua.

15

De tanto mirar el río me parece que también me fui caminando en su corriente, y que junto a las piedras y las arenas del fondo, junto a las frutas caídas y las ramas secas que pasaron flotando, junto al encaje de los árboles, y los azules pedazos de cielo que se reflejan desde arriba, el agua lleva también en sus entrañas este divino y torturante poema de mi amor. Sentada como estoy sobre la roca, en el poblado silencio del paisaje, copio por un instante el alma inmóvil de la piedra, y me quedo tranquila y callada, para que el río al pasar me cante mi poema en sus murmullos y me lo vaya enseñando en su espejo.

16

Estos diarios paseos vespertinos son consoladores como la confesión, porque descargan mi alma de su carga de tristeza. El río, con la misericordia de sus matas, sus peñones y sus murmullos, es el confesor que me absuelve todos los días de las negruras que le llevo; él me da consejos de esperanza, y me deja siempre en el espíritu la gracia infinita de la alegría. Yo bendigo a la brisa que me despeina los cabellos; bendigo a mi caballo que corre contra la brisa; y luego de bendecir a la naturaleza entera, también bendigo a Perucho, que es mi escudero y es mi acólito, en estas peregrinaciones sentimentales.

17

Y sobre la piedra del río, con el libro por cartera, y mis rodillas por escritorio, limando de tiempo en tiempo en una peña vecina la punta de mi lápiz cuando se hacía muy roma, mientras duró la luz del día estuve escribiendo, y escribí febrilmente esta carta, que tiene la loca sinceridad de todas las ardientes y silenciosas cartas de amor que nunca se envían.

18

Hace como cosa de dos años, yo tenía la costumbre de escribir mis impresiones. Pero dicha costumbre me duró tan sólo algunos meses, pues en un momento dado, sin saber por qué ni cómo, la encontré necia, ridícula, fastidiosísima, me dije que era una gran tontería escribirse cosas a sí mismo, y sin más ni más, en un día de actividad, tomé las cuartillas escritas, hice con ellas un gran paquete, lo envolví en un periódico, y luego de atarlo con una cinta de hiladilla blanca, lo escondí en el doble fondo de mi armario de luna donde nadie pudiese hallarlo nunca.

19

La prudencia y el espíritu de previsión no abundan mucho en el gremio de los literatos.

20

La lectura de las enterradas cuartillas escritas hace dos años, me tom ógran parte de la mañana, y la tarde entera de ayer. Consideradas literariamente, desde mi falsísimo punto de vista de autora, las he encontrado superiores a ciertas crónicas, cuentos, y poemas en prosa con los cuales acostumbran a engalanarse ciertos diarios y revistas; cosa esta que no es alabar mucho mis cuartillas, ni faltar descaradamente a la modestia, porque la mayoría de los cuentos, poemas, y crónicas a que me refiero, con perdón de sus autores, suelen parecerme bastante malos.

21

Pero acabo de ver que estoy filosofando, y como no quiero malgastar mi inteligencia en decir cosas profundas que nadie ha de leer nunca, aquí me detengo en cuanto a filosofías, y paso a relatar en pocas palabras, con la mayor claridad y concisión de que soy capaz, cómo, y cuándo, me ocurrió este gran acontecimiento del novio.

22

EL MITO DE IFIGENIA

Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién, corre a saciar sus odios no sé dónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres, en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a millares las doncellas!

.. .

Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio! Pero antes de entregarme a los verdugos, frente a esa blancura cándida que ha de velar mi cuerpo, quiero gritarlo en voz alta, para que lo escuche bien todo mi ser consciente:

— ¡No es al culto sanguinario del dios ancestral de siete cabezas a quien me ofrezco dócilmente para el holocausto, no, ¡no!. . . ¡Es a otra deidad mucho más alta que siento vivir en mí; es a esta ansiedad inmensa que al agitarse en mi cuerpo mil veces más poderosa que el amor, me rige, me gobierna y me conduce hacia unos altos designios misteriosos que acato sin llegar a comprender! Sí: Espíritu del Sacrificio, Padre e Hijo divino de la maternidad, único Amante mío; Esposo más cumplido que el amor, eres tú y sólo tú el Dios de mi holocausto, y la ansiedad inmensa que me rige y me gobierna por la vida.

 

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