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UN
PERRO MORIBUNDO
Una
tarde, casi al anochecer,
caminaba hacia la residencia, en Moscú.
Al
otro lado, en la acera de enfrente,
yacía moribundo un perro de la calle.
El frío moscovita lo azotaba
la gente noble y desprendida
al
pasar, lo acariciaba
pero
la muerte no tiene piedad
y
en toda geografía es cruel.
Solo
pienso en ese animal sin nombre
que
nadie lo recuerda.
Solo
yo.
Los
perros al igual que yo
son
candidatos al paraíso.
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