AEDOS
MODERNOS
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
1
Nos
acercamos a Plaka, el barrio más antiguo de Atenas. En la calle Monastiraki ,
la principal y más concurrida, cuando apenas entramos vemos a un hombre dormido
con sus manos sobre una mesa improvisada. Un gato negro duerme plácidamente
frente a su cara. Natalia dice que en Moscú también se ven estos personajes que
piden ayuda para alimentar a sus animales.
2
Decidimos
sentarnos en una “taverna”, un restaurant griego típico. Nos ubicamos al aire
libre. Pedimos musaka, una especie de berenjenas rellenas con carne de cordero;
y ensalada griega: trozos grandes de tomate manzano, cebolla morada, pimentón,
pepino y un pedazo de feta, queso griego blanco hecho con leche de oveja. Todo,
por supuesto con mucha aceite de oliva. Para beber nos traen ouzo, el cual no nos
agrada por su sabor dulzón anisado; preferimos el vino blanco para brindar.
Entre las mesas deambulan cantores con sus instrumentos; y, ya con varias copas
de vino en el buche, uno quisiera creer que son rapsodas recitando poemas
homéricos. Aunque es razonable pensar que es parte de la misma tradición griega
que produjo las obras inmortales, fundamento de la literatura occidental.
3
Los
comensales tienen un método fácil para diferenciar a un aedo genuino de un aventurero que milita en un
oficio que desconoce, obligado por la crisis económica: le solicitan Zorba. Un
hombre se acerca y rasguña desentonadamente su instrumento y se aleja
rápidamente cuando se le pide la pieza inmortalizada en el cine. Luego viene
una joven, un niño, una niña. Todos
tienen en común un mismo rostro. Son gitanos rumanos, comentan.
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